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.La actitud tensa de su cuerpo mientras llevaba la caña, y el solo hecho de que no hubiera dejado en las manos capacitadas de Kumar este último tramo, le indicaban que estaba disgustado por algo.Abandonó la sombra de las palmeras y anduvo lentamente hacia la playa, la arena húmeda se hundía bajo sus pies.Cuando llegó a la orilla, Kumar ya estaba doblando la vela.Su hermano «pequeño», casi ya tan alto como ella y todo músculo, la saludó alegremente con la mano.Cuántas veces había deseado que Brant tuviera el carácter amable de Kumar, al que ningún contratiempo parecía afectar.Brant no esperó que el barco chocara con la arena.Saltó al agua, que le llegaba a la cintura, y, salpicando furiosamente se acercó a ella.Llevaba entre las manos una masa de metal retorcido bordeada de alambres rotos y se la mostró.—¡Mira! —gritó—.¡Lo han hecho otra vez!Con la mano libre señaló el norte.—¡Esta vez no voy a dejar que se salgan con la suya, y la alcaldesa podrá decir lo que le dé la gana!Mirissa se apartó mientras el pequeño catamarán, como si fuera una bestia marina prehistórica que asaltara por primera vez tierra firme, avanzaba lentamente hacia la playa sobre sus rodillos.En cuanto estuvo fuera del agua, Kumar paró el motor y bajó de un salto para reunirse con su todavía iracundo capitán.—Me paso la vida diciéndole a Brant que puede ser una casualidad, quizá sea un ancla abandonada.Después de todo, ¿por qué razón los del Norte harían algo así?—Yo te lo diré —respondió Brant—: porque son demasiado perezosos para lograr la tecnología por ellos mismos.Porque tienen miedo de que pesquemos demasiado peces.Porque.Se dio cuenta de la sonrisa del otro y le lanzó el amasijo de alambres rotos, que parecía la cama de un gato.Kumar lo recogió sin esfuerzo.—De todas maneras, aunque esto haya sido sólo un hecho accidental, no tienen que anclar aquí sus barcos.Esto está claramente especificado en el cartel: «NO PASAR — PROYECTO DE INVESTIGACIÓN», así que, de todos modos, voy a elevar una protesta.Brant había recobrado su buen humor, incluso cuando tenía sus más furibundos ataques de ira, sólo le duraban unos minutos.Para mantener un buen estado de ánimo, Mirissa empezó a pasarle los dedos suavemente por la espalda y le habló con su voz más dulce:—¿Habéis pescado algún pez que valga la pena?—Por supuesto que no —respondió Kumar—.A él sólo le interesa cazar estadísticas, kilogramos por kilovatio, todas esas tonterías.Gracias a Dios que me llevé mi red.Hoy cenaremos aún.Se acercó al catamarán y sacó casi un metro de fuerza y belleza aerodinámica.Sus colores ya empezaban a palidecer y sus ojos ciegos tenían la mirada helada de la muerte.—Normalmente no se encuentran piezas como ésta —dijo con orgullo.Estaban admirando su trofeo cuando la historia irrumpió en Thalassa y el mundo simple y sin complicaciones que habían conocido en su corta vida acabó de repente.La señal de su paso estaba escrita en el cielo como si una mano gigantesca hubiera pasado una tiza sobre la cúpula azul del firmamento.Cuando estaba observándolo, el brillante rastro de vapor empezó a difuminarse en los bordes, convirtiéndose en un manojo de nubes para luego asemejarse a un puente de nieve tendido entre los dos horizontes.Un lejano estruendo se aproximaba desde los confines del espacio.Era un sonido que Thalassa no había oído desde hacía setecientos años, pero que cualquier niño podía reconocer inmediatamente.A pesar del calor de la noche, Mirissa se estremeció y su mano buscó la de Brant.Este, aunque entrelazó sus dedos con los de ella, permaneció impasible.Y siguió mirando fijamente el cielo partido en dos.Incluso Kumar parecía subyugado, pero a pesar del lío fue el primero en hablar.—Alguna de las colonias nos debe de haber encontrado.Brant, escéptico, negó lentamente con la cabeza.—¿Qué interés tendrían en nosotros? Deben de tener mapas antiguos, y sabrán que Thalassa es prácticamente un gran océano.No tiene ningún sentido que vengan aquí.—Quizá sea por curiosidad científica —sugirió Mirissa—.Para saber qué ha sido de nosotros.Siempre he dicho que había que reparar la red de comunicaciones.Esta era una antigua discusión que se producía cada pocas décadas.En general, todo el mundo estaba de acuerdo en que, algún día, Thalassa debería reconstruir el gran plato de la Isla del Este, destruido en la erupción del volcán Krakan, cuatrocientos años atrás.Pero había tantas cosas más importantes que hacer.o sencillamente, cosas más divertidas.—Construir una nave es un proyecto enorme —dijo Brant, pensativo—.No puedo creer que ninguna colonia lo haga, a no ser que tenga un buen motivo para ello.Como la Tierra.Su voz se desvaneció en silencio.Después de tantos siglos era una palabra difícil de pronunciar.Como si fueran una sola persona, se volvieron hacia el este, desde donde la rápida noche ecuatorial avanzaba a través del mar.En el cielo habían aparecido algunas de las estrellas más brillantes, y justo sobre las palmeras se alzaba la inconfundible constelación del Triángulo.Sus tres estrellas eran casi de igual magnitud, pero una intrusa aún más brillante había brillado una vez, durante unas semanas, cerca del extremo sur de la constelación.Su encogida cáscara era todavía visible con un telescopio común.Pero ningún instrumento podía mostrar las cenizas en órbita en las que se había convertido lo que antes fuera el planeta Tierra.2El pequeño neutralMás de mil años después, un gran historiador llamó al período comprendido entre el año 1901 y el 2000 «El Siglo en que ocurrió todo».También añadió que los que vivieron en esa época habrían estado de acuerdo con él, pero por razones totalmente diferentes [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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