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.Y, más que nunca, éstos vagan a la deriva, ajenos a la vida.Allí donde el oscuro instinto animal —como relatan innumerables anécdotas— encuentra una salida ante el peligro inminente y en apariencia invisible, esta sociedad en la que cada cual sólo tiene en mente su propio y vulgar provecho, sucumbe también como una masa ciega, con torpeza animal, pero sin ese saber torpe de los animales, a cualquier peligro, incluso al más próximo, y la diversidad de los objetivos individuales pierde toda su importancia ante la identidad de las fuerzas condicionantes.Siempre ha sido evidente que el apego de la sociedad a una vida consuetudinaria, pero perdida hace ya tiempo, es tan rígido que, incluso en caso de extremo peligro, hace fracasar el uso propiamente humano del intelecto; la previsión.Y a tal punto que, en ella, la imagen de la estupidez alcanza su culminación: inseguridad, e incluso perversión de los instintos vitales básicos, e impotencia y hasta deterioro del intelecto.Esta es la disposición anímica de la totalidad de los ciudadanos alemanes.III.Todas las relaciones humanas de cierta intimidad son iluminadas por una penetrante y casi intolerable evidencia, ante la cual apenas logran mantenerse firmes.Pues al ocupar el dinero de forma devastadora el centro de.todos los —intereses vitales, por un lado, y constituir justamente, por el otro, la barrera ante la que fracasan casi todas las relaciones humanas, van desapareciendo más y más, tanto en el ámbito de la naturaleza como en el de las costumbres, la confianza espontánea, la calma y la salud.IV.No en vano suele hablarse de miseria «desnuda».Lo más siniestro de su exhibición, que empezó a ser costumbre bajo la ley de la necesidad y sólo muestra, sin embargo, una milésima parte de lo que oculta, no es la compasión, ni la conciencia —igualmente terrible— de la propia intangibilidad que se abren paso en el observador, sino su vergüenza.Resulta imposible vivir en una gran ciudad alemana en la que el hambre obliga a los más miserables a vivir de los billetes con que los transeúntes intentan cubrir una desnudez que les hiere.V.«Pobreza no es vileza».Perfecto.Pero ellos sí que envilecen al pobre.Lo hacen y le consuelan con la frasecilla de marras.Es una de aquellas que en otra época pudieron tener validez, pero cuyo plazo ha expirado hace ya tiempo.No otra cosa ocurre con aquel brutal «quien no trabaja, que no coma».Cuando había trabajo y se podía comer, también había pobreza, pero ésta no envilecía al individuo al abatirse sobre él por una mala cosecha o cualquier otra fatalidad.Sí envilece, en cambio, esta indigencia en la que han nacido millones y en cuyas redes van cayendo otros cientos de miles a medida que empobrecen.La suciedad y la miseria crecen a su alrededor como muros construidos por manos invisibles.Y así como el individuo que está solo puede soportar muchas cosas, pero siente una justa vergüenza si su mujer ve cómo las soporta y ha de padecerlas ella misma, así también a ese individuo se le permite aguantar mucho mientras esté solo, y todo, siempre que lo oculte.Pero nadie deberá hacer nunca sus propias paces con la pobreza, si ésta, cual gigantesca sombra, se abatiera sobre su pueblo y su casa.Tendrá entonces que mantener sus sentidos muy despiertos frente a cualquier humillación que le toque en suerte, y someterlos a una disciplina hasta que sus sufrimientos hayan abierto no ya el abrupto camino de la aflicción, que lleva cuesta abajo, sino el sendero ascendente de la rebeldía.Aunque aquí no cabe esperar nada mientras todos y cada uno de los destinos más terribles y oscuros, discutidos cada día, e incluso cada hora, por la prensa, analizados en todas sus causas y consecuencias ficticias, no ayuden a nadie a descubrir las fuerzas oscuras a las que su vida ha sido esclavizada.VI.Al extranjero que siga someramente la andadura de la vida alemana e incluso haya recorrido por poco tiempo el país, sus habitantes no le parecerán menos extraños que los de una raza exótica.Un francés perspicaz dijo una vez: «Es rarísimo que un alemán tenga las ideas claras con respecto a sí mismo.Y si alguna vez las tiene, no lo dirá.Y si lo dice, no se hará entender».La guerra ha aumentado esta desoladora distancia, y no sólo por las atrocidades, reales o legendarias, que solían contarse de los alemanes.Lo que más bien acaba de rematar el grotesco aislamiento de Alemania a los ojos de los demás europeos, lo que en el fondo les hace pensar que tienen que vérselas con hotentotes (como muy acertadamente se ha dicho de los alemanes), es la violencia —de todo punto incomprensible para el que está fuera, y totalmente inconsciente para el prisionero— con que las condiciones de vida, la miseria y la estupidez someten a la gente, en este escenario, a las fuerzas de la comunidad, como sólo la vida de cualquier primitivo se halla condicionada por las leyes de su clan.El más europeo de todos los bienes, esa ironía más o menos conspicua con que la vida del individuo pretende seguir un curso distinto del de la comunidad en que le ha tocado recalar, es algo que los alemanes han perdido totalmente.VII, La libertad de la conversación se está perdiendo.Así como antes era obvio y natural interesarse por el interlocutor, ese interés se sustituye ahora por preguntas sobre el precio de sus zapatos o de su paraguas.Ineluctablemente, en cada tertulia acaba insinuándose el tema de las condiciones de vida, del dinero.Y no es que se hable tanto de las preocupaciones y padecimientos de cada cual —tema en el que quizá podrían ayudarse unos a otros—, como de la situación en general.Es como estar prisionero en un teatro y tener que seguir, de grado o por fuerza, la obra que se está escenificando; como tener que convertirla constantemente, de grado o por fuerza, en tema de pensamientos y conversaciones.VIII.Quien no se resiste a percibir el deterioro acaba reivindicando, sin demora, una justificación especial para su permanencia, actividad y participación en este caos.Hay tantas consideraciones sobre el fracaso general como excepciones para la propia esfera de acción, domicilio y circunstancia.La voluntad ciega de salvar el prestigio de la propia existencia, más que de liberarla al menos —mediante una valoración distanciada de su impotencia e intrincamiento— del telón de fondo de la ofuscación general, se va imponiendo casi en todas partes.Por eso está el aire tan cargado de teorías sobre la vida y concepciones del mundo, y por eso éstas parecen aquí, en este país, tan pretenciosas.Pues al final casi siempre sirven para legitimar alguna situación particular, totalmente insignificante.Por eso también está el aire tan cargado de las quimeras y espejismos propios de un futuro cultural que, pese a todo, irrumpiría floreciente de la noche a la mañana: porque cada cual se compromete con las ilusiones ópticas de su punto de vista aislado.IX
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