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.Lo mismo que Francisca, no había oído nada durante la noche.La siguió su hermana Dionisia, que confirmó que el amo había cambiado bastante últimamente.—Cada día se ponía más triste.Cada día comía menos.Siempre estaba deprimido —pero Dionisia tenía su opinión personal—.Sin duda, era la Mafia que le seguía los pasos.Dos hombres enmascarados…, ¿qué otra cosa podría ser? ¡Una sociedad secreta terrible! —Por supuesto, es posible —cedió el magistrado con suavidad—.Vamos a ver, hija mía, ¿fue usted quien abrió la puerta a madame Daubreuil la noche pasada? —No la noche pasada, señor, sino la noche anterior.—Pero Francisca acaba de decirnos que madame Daubreuil estuvo aquí ayer noche.—No, señor.Es verdad que ayer noche vino una señora a ver a monsieur Renauld.Pero no era madame Daubreuil.El magistrado, sorprendido, insistió, pero la muchacha se mantuvo firme.Conocía de vista, perfectamente, a madame Daubreuil.La dama que había venido tenía también el cabello oscuro, pero era más baja, y mucho más joven.Y fue inútil todo intento de apartarla de esta declaración.—¿La había visto ya antes? —Nunca, señor —y añadió luego con cierta timidez—: Pero me parece que es inglesa.—¿Inglesa? —Sí, señor.Preguntó por monsieur Renauld en muy buen francés, pero el acento… por ligero que sea, se conoce siempre.Además, cuando salieron del despacho, hablaban en inglés.—¿Oyó lo que decían? Quiero decir, ¿pudo entenderlo? —Yo hablo el inglés muy bien —contestó Dionisia con orgullo—.La dama hablaba demasiado deprisa para que pudiese coger lo que decía, pero oí las últimas palabras del señor, cuando le abrió la puerta —y, después de detenerse, pronunció en inglés cuidadosa y laboriosamente—: «Sí…, sí…; pero, por amor de Dios, ¡váyase ahora!».—«Sí, sí; pero, por amor de Dios, ¡váyase ahora!» —repitió el magistrado.Despidió entonces a Dionisia y, tras unos momentos, por consideración, llamó de nuevo a Francisca.A ésta le expuso el problema de si no se habría equivocado al fijar la noche de la visita de madame Daubreuil.No obstante, Francisca dio muestras de una inesperada obstinación.Era en la noche anterior cuando había venido madame Daubreuil.Sin duda ninguna, era ella.Dionisia había querido hacerse interesante: voilá tout! Había preparado esa bonita historia de una dama extranjera.¡Había querido, además, hacer ostentación de su conocimiento de la lengua inglesa! Probablemente, el señor no había pronunciado siquiera esa frase en inglés, y aunque la hubiese pronunciado, esto no demostraba nada, porque madame Daubreuil hablaba el inglés perfectamente y, por lo general, usaba esta lengua cuando conversaba con monsieur y madame Renauld.—Ya lo ve usted —concluyó—; Jack, el hijo del señor, solía estar aquí y habla muy mal el francés.El magistrado no insistió.En lugar de esto, preguntó por el chófer, y supo que en el mismo día anterior Renauld había dicho que no era probable que necesitase el coche, y que Masters podía perfectamente tomarse unas vacaciones.En la frente de Poirot había empezado a formarse una expresión de duda.—¿Qué es ello? —le pregunté en voz baja.Pero él movió la cabeza con impaciencia y, a su vez, hizo una pregunta:—Perdone, Bex; pero, sin duda, monsieur Renauld sabía conducir el coche…El comisario miró a Francisca, que contestó prestamente:—No; el señor no conducía el coche personalmente.El ceño de Poirot se acentuó.—Quisiera que me dijese qué le inquieta —le dije, sin poder esperar más.—¿No lo ve usted? En su carta, monsieur Renauld habla de enviar el coche a Calais para recogerme.—Quizá se refería a un coche de alquiler —le indiqué.—Debe de ser así.Pero ¿por qué alquilar un coche cuando se tiene uno propio? ¿Por qué elegir el día de ayer para darle al chófer las vacaciones… tan repentinamente, sin previo aviso? ¿Tenía alguna razón para apartarle de aquí antes que nosotros llegásemos?4: LA CARTA FIRMADA «BELLA»Francisca había salido de la habitación.El magistrado tecleaba sobre la mesa con expresión pensativa.—Monsieur Bex —informó al fin—, aquí tenemos testimonios directamente contradictorios.¿Cuál vamos a creer, el de Francisca o el de Dionisia? —El de Dionisia —contestó el comisario sin vacilación—.Ésta fue quien admitió a la visitante.Francisca es vieja y tozuda y, evidentemente, mira con antipatía a madame Daubreuil.Por otra parte, nuestra propia información tiende a mostrar que Renauld tenía una intriga con otra mujer.—Tiens! —exclamó Hautet—; nos hemos olvidado de enterar de esto a monsieur Poirot —y después de buscar entre los papeles que tenía sobre la mesa entregó uno a mi amigo—.Esta carta, monsieur Poirot, la encontramos en el bolsillo del sobretodo del muerto.Poirot la tomó y desdobló.Estaba algo manoseada y arrugada, y escrita en inglés por una mano que no parecía muy diestra.Decía así:«Querido mío: ¿Por qué has dejado pasar tanto tiempo sin escribirme? Todavía me quieres, ¿no es verdad? Han sido tus últimas cartas tan diferentes, tan frías y extrañas, y, ahora, este largo silencio… Esto me asusta.¡Si fueras a dejar de quererme! Pero es imposible… ¡qué niña más tonta soy!…, ¡siempre imaginando cosas! Pero si ya no me quisieras, no sé lo que haría… ¡matarme, quizá! No podría vivir sin ti.A veces imagino que se interpone otra mujer entre nosotros.Que se ande con cuidado; no te digo más…; ¡y tú también! ¡Te mataría antes que dejar que fueses de ella! Lo digo en serio.Pero estoy escribiendo tonterías presuntuosas.Tú me quieres y yo te quiero…, si: ¡te quiero, te quiero, te quiero! Tuya y que te adora, Bella.»No tenía dirección ni fecha.Poirot la devolvió con rostro grave.—¿Y la suposición es…? El juez de instrucción encogió los hombros.—Evidentemente, monsieur Renauld estaba enredado con esta inglesa… ¡Bella! Viene aquí, conoce a madame Daubreuil y empieza una intriga con ella.Se enfría con la otra, que, por su parte, sospecha algo inmediatamente.Esta carta contiene una clara amenaza.Monsieur Poirot, a primera vista, el caso parece sencillísimo: ¡Celos! El hecho de haber sido monsieur Renauld acuchillado por la espalda indica directamente que se trata del crimen de una mujer.Poirot hizo una seña afirmativa.—La cuchillada en la espalda, sí…; pero ¡no la sepultura! Éste fue un trabajo laborioso y pesado… Ninguna mujer ha abierto esta sepultura, señor juez.Ésta ha sido obra de un hombre.El comisario exclamó con excitación:—Sí, sí; es verdad.No habíamos pensado en esto [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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