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.Deseo ver mi estatua de yeso realizada a tamaño natural en todas las iglesias del mundo.Mi cuerpo de metro ochenta de estatura, los ojos de cristal azules, ataviado con una larga túnica de terciopelo de color púrpura, observando, con las manos ligeramente separadas, a los fieles que rezan al tiempo que me tocan un pie.«Lestat, cúrame de mi cáncer, haz que encuentre mis gafas, ayuda a mi hijo a desengancharse de las drogas, haz que mi marido me quiera.»En Ciudad de México, los jóvenes se acercan a las puertas del seminario sosteniendo en la mano una de mis estatuillas, y algunas madres lloran ante mí en la catedral mientras exclaman: «¡Salva a mi hijita, Lestat! ¡Cúrame de mis dolores, Lestat! ¡Puedo caminar, Lestat! ¡Mirad, la estatua se mueve, derrama lágrimas!»En Bogotá, Colombia, los narcotraficantes deponen sus armas ante mí.Los asesinos se postran de rodillas musitando mi nombre.En Moscú, el patriarca se inclina ante mi imagen sosteniendo en brazos a un niño paralítico, y éste se cura.Miles de personas en Francia regresan a la Iglesia gracias a mi intercesión, y la gente murmura ante mí: «Me he reconciliado con la ladrona de mi hermana, Lestat, he renunciado a mi pérfida amante.He denunciado al banco por estafar a la gente, Lestat, hoy es el primer día que asisto a misa en muchos años, Lestat, voy a ingresar en el convento y nada ni nadie puede detenerme.»En Nápoles, cuando el Vesubio entra en erupción, pasean mi estatua por las calles en procesión para frenar la lava antes de que destruya las poblaciones costeras.En Kansas, miles de estudiantes desfilan frente a mi imagen rogándome que les ayude a practicar el sexo seguro o a abstenerse de practicarlo.En toda Europa y América me invocan durante la misa para una intercesión especial.En Nueva York, un grupo de científicos anuncia al mundo entero que, gracias a mi intercesión, han conseguido fabricar una droga sin olor, sin sabor e inocua que provoca el subidón de las pastillas de diseño, la cocaína y la heroína juntas, y que además es baratísima —todo el mundo puede comprarla—, y totalmente legal.¡Esto acaba definitivamente con el negocio del narcotráfico!Senadores y congresistas sollozan y se abrazan al oír la noticia.Erigen de inmediato mi estatua en la Catedral Nacional.En todas partes escriben himnos en mi honor.Inspiro poesías piadosas.Se imprimen millones de ejemplares de mi edificante biografía (una docena de páginas), ilustrados a todo color.La gente acude en masa a la catedral de San Patricio, en Nueva York, para depositar sus peticiones escritas a mano en una cesta frente a mi imagen.Pequeños duplicados de mi persona adornan tocadores, encimeras, escritorios y mesas de ordenadores en todo el mundo.«¿No has oído hablar de él? Si le rezas, a partir de ahora tu marido se comportará como un corderito, tu madre dejará de chincharte, tus hijos vendrán a verte cada domingo; luego, envía el dinero a la iglesia como muestra de gratitud.» ¿Dónde están mis restos? No existen.Todo mi cuerpo se ha convertido en una reliquia, diseminada por el mundo entero: pedacitos resecos de carne, huesos y pelo conservados en unos estuches de oro llamados relicarios, algunos fragmentos depositados en la parte posterior hueca de crucifijos, otros, en medallones que las personas lucen colgados del cuello.Siento todas esas reliquias.Me refocilo consciente de su influencia.«Lestat, ayúdame a dejar de fumar.Tengo un hijo gay, Lestat, ¿irá al infierno? —¡Por supuesto que no!—.Me estoy muriendo, Lestat.Nada puede devolverme a mi padre, Lestat, este dolor es insoportable.¿Existe realmente Dios, Lestat? —¡Sí!»Yo respondo a todo el mundo.Paz, la certeza de lo sublime, la irresistible alegría de la fe, el cese del dolor, la profunda abolición de todo cuanto carece de significado.Soy importante.Soy vasta y prodigiosamente conocido.¡Soy inevitable! ¡Formo parte de la historia presente! Escriben artículos sobre mí en las páginas del New York Times.Y, a todo esto, estoy en el cielo con Dios.Estoy con el Señor en la Luz, el Creador, la Fuente Divina de todas las cosas
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