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.Una lujuriante vegetación tapiza el territorio, que no presenta un palmo despojado de verdura, la cual procura extender su dominio hasta sobre los anchos arenales del Po.»Los campos de ondulantes mieses, rayados doquiera por las hileras de vides casadas con los álamos, coronados en sus términos por crinadas moreras, muestran la feracidad el suelo… Trigo, maíz, copia de uvas, gusanos de seda, cáñamo, trébol, son los principales productos.Crece bien cualquier linaje de plantas, y mucho prosperaban antaño los robles y toda suerte de frutos.Tupidos mimbrerales erizan las riberas del río, a lo largo del cual, más en el pasado que ahora, verdeaban anchos y ricos bosques de álamos, aquí y allá intercalados de alisos y sauces, o hermoseados por la olorosa madreselva, que abrazando las plantas forman chocitas y pináculos salpicados de coloridas campanillas.»Hay muchos bueyes, ganado porcino y aves de corral, acechadas éstas por la marta y la garduña.El cazador descubre no pocas liebres, presa frecuente de los zorros; y en su tiempo, hienden el aire codornices, tórtolas, perdices de plumaje entrecano, becadas que picotean el terreno convirtiéndolo en criba, y otros volátiles transeúntes.Sueles ver en el espacio bandadas de estorninos y de ánades, que en invierno se extienden sobre el Po.La gaviota blanquecina centellea atenta sobre sus alas; luego se precipita y atrapa el pez.Entre los juncos se esconde el multicolor alción, la canastita, la polla de agua y la astuta fúlica.Sobre el río oyes pinzones, divisas garzas reales, chorlitos, avesfrías y otras aves ribereñas; rapaces halcones y gigantescos cernícalos, terror de las cluecas, nocturnos mochuelos y silenciosos búhos.Algunas veces fueron admiradas y cazadas aves mayores, traídas por los vientos de extrañas regiones, por encima del Po o aquende los Alpes.En aquella cuenca te punzan los mosquitos («de fangosas charcas sus antiguos layes cantan las ranas»), pero en las luminosas noches del estío el hechicero ruiseñor acompaña con su canto suavísimo la divina armonía del universo, lamentando quizá que otra semejante no venga a endulzar los libres corazones de los hombres.»En el río, rico en peces, culebrean los barbos, las tencas, los voraces lucios, las argentadas carpas, exquisitas percas de rojas aletas, lúbricas anguilas y grandes esturiones —que, a veces, atormentados por pequeñas lampreas, remontan el río—, de un peso hasta de ciento cincuenta y más kilogramos cada uno.»… Sobre las playas del río yacen los restos de la villa de Stagno, un día muy extensa, ahora casi enteramente tragada por las aguas.En el ángulo donde la comuna toca Stirone, cerca del Taro, está la aldea de Fontanelle, soleada y esparcida.Allá donde la carretera provincial se cruza con el dique del Po está el caserío de Ragazzola.Hacia el oriente, donde la tierra es más baja, se alza el pueblecillo de Fossa y la apartada aldehuela de Rigosa, humilde y arrinconada entre olmos y álamos y otros árboles, no lejos del lugar donde el arroyo Rigosa desagua en el Taro.Entre estas aldeas se ve Roccabianca…»Doctor Francisco Luis Campari«Un castillo del parmesano a través de los siglos»(Ed.Battei, Parma, 1910)Cuando releo esta página del notario Francisco Luis Campari, me parece verme convertido en un personaje de la conseja que él relata, porque yo he nacido en esa aldea «soleada y esparcida».El pequeño mundo de «Un mundo pequeñito» no vive, allí, sin embargo; no está en ningún sitio fijo.El pueblo de «Un mundo pequeñito» es un puntito negro que se mueve con sus Peppones y sus Flacos a lo largo del río en aquella lonja de tierra que se halla entre el Po y los Apeninos; pero éste es el clima, el paisaje es éste.Y en un pueblo como éste basta pararse en el camino a mirar una casa campesina, ahogada entre el maíz y el cáñamo, y enseguida nace una historia.Primera historiaYo vivía en Bosque Grande, en la Basa (así llaman, la Bassa (la Baja), a la llanura del valle del Po descrita en el capítulo anterior.Tierra baja le llamaremos en adelante en esta traducción), con mi padre, mi madre y once hermanos.Yo, que era el mayor, tocaba apenas los doce años, y Quico, que era el menor, apenas contaba dos.Mi madre me daba todas las mañanas una cesta de pan y un saquito de miel de castañas dulces; mi padre nos ponía en fila en la era y nos hacía decir en voz alta el Padrenuestro; luego marchábamos con Dios y regresábamos al anochecer.Nuestros campos no acababan nunca y habríamos podido correr todo el día sin salir de sus lindes.Mi padre no hubiera dicho una palabra si le hubiésemos pisoteado una hectárea de trigo en brote o si le hubiésemos arrancado una hilera de vides.Sin embargo, siempre salíamos fuera, y no nos sobraba el tiempo para nuestras fechorías.También Quico, que tenía dos años, la boca pequeñita y rosada, los ojos grandes, de largas cejas, y ricitos que le caían sobre la frente como a un angelito, no se dejaba escapar un ansarón cuando lo tenía a tiro.Todas las mañanas, a poco de haber partido nosotros, llegaban a nuestra granja viejas con canastos llenos de anserinos, pollas y pollitos asesinados, y mi madre por cada cabeza muerta daba una viva.Teníamos mil gallinas escarbando por nuestros campos, pero cuando queríamos poner algún pollo a hervir en la olla, era preciso comprarlo.Mi madre, entre tanto, seguía cambiando ansarones vivos por ansarones muertos.Mi padre ponía cara seria, se ensortijaba los largos bigotes e interrogaba rudamente a las mujerucas para saber si recordaban quién de los doce había sido el culpable.Cuando alguna le decía que había sido Quico, el más pequeñín, mi padre se hacía contar tres o cuatro veces la historia, y cómo había hecho para tirar la piedra, y si era una piedra grande, y si había acertado el ansarón al primer tiro [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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