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.Después sacudió la cabeza y se metió en el bar.—¡Hombre! ¿Qué tal, cómo está? —exclamó el camarero.—Hola —saludó Mansson, y se sentó.—¿Qué podemos ofrecerle? ¿Lo de siempre?—No, hoy tengo que pensar.Póngame un gintónic.«Algunas veces sale todo mal», pensó Mansson.Y aquello había empezado realmente de la peor manera posible.En primer lugar, Viktor Palmgren era una persona muy conocida e influyente.Resultaba difícil decir por qué, pero había una cosa segura: estaba cargado de dinero; al menos era millonario un par de veces.El hecho de que le hubieran disparado en uno de los restaurantes más famosos de Europa no hacía más que empeorar las cosas.Aquel caso llamaría mucho la atención y podía acarrear las consecuencias más insospechadas.Inmediatamente después del disparo, el personal del hotel llevó al herido a una de las salitas de televisión, donde improvisó una camilla.Mientras tanto, llamaron a la policía y a una ambulancia.Los de la ambulancia llegaron en seguida, recogieron al herido y se lo llevaron al Hospital General.En cambio, la policía tardó en presentarse a pesar de que había un coche patrulla en la estación central, es decir, a menos de doscientos metros del lugar del crimen.¿Cómo fue posible una cosa así? Acababa de obtener una explicación y no era precisamente un motivo de orgullo policial.Primero hubo un malentendido con la llamada y creyeron que era un asunto sin importancia, por lo que los agentes de servicio de la estación de ferrocarril emplearon todas sus energías en detener a un inofensivo borrachín.Cuando llamaron por segunda vez se organizó un zafarrancho de coches y de guardias de uniforme que salieron a toda velocidad hacia el hotel, con Backlund a la cabeza de la expedición.Lo que después ocurrió se desarrolló en el más completo desorden y atolondramiento.Él mismo había estado tragándose Lo que el viento se llevó por teléfono durante más de cuarenta minutos.Para colmo, y llevando un par de copas encima, tuvo que esperar un taxi, perdiendo un tiempo precioso.Y cuando el primer policía llegó al lugar del crimen hacía ya más de media hora que había ocurrido todo.En cuanto a Viktor Palmgren, la situación continuaba igual de oscura.Lo estuvieron examinando en la policlínica para accidentes, y luego lo trasladaron a la clínica neurológica de Lund, a unos veinte kilómetros, por lo que seguramente la ambulancia todavía iba de camino con el herido.Le acompañaba uno de los testigos más importantes: su esposa, que probablemente había estado sentada a la mesa frente a él.Por tanto era quien más probabilidades tuvo de ver de cerca al agresor de su marido.Ya había pasado más de una hora.Una hora desperdiciada, cada uno de cuyos segundos había sido de una importancia crucial.Mansson volvió a sacudir la cabeza y le echó una mirada al reloj del bar: las nueve y media.Backlund entró en el bar a paso de marcha, seguido de cerca por Skacke.—Ah, estás aquí —dijo Backlund muy extrañado, mirando fijamente a Mansson.—¿Cómo va esa descripción? —le preguntó Mansson—.Ya te he dicho que era urgente.A Backlund se le caía el cuaderno de las manos, y lo puso sobre el mostrador del bar, se quitó las gafas y empezó a limpiarlas.—Mirad —explicó Skacke rápidamente—.Esto es lo mejor que hemos podido conseguir hasta ahora: un hombre alto, cara delgada, cabello escaso y oscuro y algo echado hacia atrás.Chaqueta marrón, camisa color pastel, quizá verde o amarilla, corbata oscura, pantalones gris oscuro y zapatos negros o marrones.Edad, unos cuarenta años.—Bien —dijo Mansson—.Envíala deprisa, que vigilen las carreteras principales y que registren trenes, aviones y barcos.—Exacto.—No quiero que salga de la ciudad —añadió Mansson.Skacke salió.Backlund se puso las gafas, miró a Mansson y repitió su significativa pregunta:—¿Estás aquí?Luego miró el vaso de Mansson y exclamó con una extrañeza desmesurada.—¿Y bebiendo?Mansson no le respondió.Backlund centró su atención en el reloj del bar, lo contrastó con el suyo y comentó:—Este reloj también va mal.—Desde luego —intervino el camarero—, va adelantado.Es una pequeña atención para los clientes que van apurados de tiempo para coger el tren o el barco.—¡Uy, uy, uy! —exclamó Backlund—.No sacaremos nada en claro.¡Cómo se puede determinar el momento exacto de un crimen si no nos podemos fiar de ningún reloj!—Sí, sí, será difícil —asintió Mansson, ausente.En aquel momento regresó Skacke.—Bueno, ya está.—Pero me temo que será demasiado tarde —observó Mansson.—¿De qué diantre estáis hablando? —inquirió Backlund, y agarró su cuaderno de notas—.En cuanto a aquel camarero de antes…Mansson le detuvo con un gesto.—Espera.Esto lo veremos más tarde.Benny, ve y llama a la policía de Lund y pídele que envíe a un hombre a la clínica neurológica, que lleve una grabadora, y que procure recoger cualquier cosa que diga Palmgren, si es que aún vive y está consciente.Y que aproveche para hablar con su esposa.Skacke volvió a marcharse.El camarero se vio obligado a intervenir:—Con respecto a aquel camarero con el que han hablado, puedo decirles que aunque el mismísimo Drácula hubiera entrado revoloteando en el comedor, él no habría notado nada…Backlund observó un silencio tenso e irritado.Mansson no dijo nada hasta que Skacke hubo regresado [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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