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.Aunque Rita estaba caliente dentro de la ropa, el viento gélido y el paisaje desolado le causaban un intenso frío emocional.Por elección, tanto ella como Harry habían pasado gran parte de su vida profesional en el Ártico y en la Antártida; sin embargo, ella no compartía la pasión de Harry por los vastos espacios yermos.De hecho, se había obligado a volver una y otra vez a las regiones polares, porque las temía.En este momento, al acercarse al iglú del extremo oeste del campamento, tuvo de repente una reacción fóbica tan intensa que casi la hizo caer de rodillas.Se denomina criofobia al horror al frío; psicrofobia al horror al hielo y quionofobia al horror a la nieve.Rita conocía esos términos porque sufría formas leves de las tres fobias.La confrontación frecuente con las fuentes de su angustia había logrado que sólo se le generara una ligera ansiedad, y rara vez el terror franco.Sin embargo, en ocasiones la abrumaban recuerdos de los que ninguna inmunización podía protegerla lo suficiente.Éste era uno de esos momentos.El cielo blanco y tumultuoso parecía desplomarse sobre ella como una roca, oprimida como si la nieve se hubiera transformado por arte de magia en una lápida colosal de mármol que la aplastaría contra la helada planicie.Fuera de la entrada del iglú, se detuvo para recuperar el control.Se negaba a huir de aquello que la aterraba.Se obligó a resistir el aislamiento del territorio yermo y lóbrego.El aislamiento de hecho, era el aspecto del Ártico que más la perturbaba.En su mente, desde que tenía seis años, el invierno estaba ligado inevitablemente con el rostro gris y distorsionado de los cadáveres, con la mirada fija y sin vida de unos ojos cegados, con una angustia asfixiante.Rita sufría tal estremecimiento, que el haz de su linterna temblaba sobre la nieve.Respiró hondo a través de la gruesa máscara tejida.Para mitigar su miedo irracional del casquete polar, recordó que en el iglú al que se dirigía la esperaba un problema aún mayor: Franz Fischer.Había conocido a Fischer poco después de terminar su doctorado y de ocupar su primer puesto como investigadora en International Telephone and Telegraph.Franz, que también trabajaba para ITT, era atractivo e irradiaba cierto encanto cuando decidió conquistarla, y pasaron casi dos años juntos.Se habían separado hacía nueve años, a punto de aparecer publicado el primer libro de Rita, cuando quedó claro que Franz jamás estaría completamente a gusto con una mujer que fuera su igual en los terrenos profesional e intelectual.Esperaba dominar, y ella no permitiría que la dominaran.Lo dejó, conoció a Harry, se casó un año después y jamás miró hacia atrás.Harry, a su modo siempre gentil y razonable, consideraba que la historia de Rita y Franz no era asunto suyo.Se sentía satisfecho con su matrimonio y seguro de sí mismo, y por ende no tuvo reparo alguno en reclutar a Franz como meteorólogo principal para la estación de Edgeway.El alemán era el mejor hombre para ese puesto.En este caso en particular, los celos irracionales habrían sido más convenientes para Harry; y para todos ellos, que la fría racionalidad.Nueve años después de la separación, Franz insistía en asumir el papel de amante desdeñado.En el confinamiento de una estación polar, esta actitud era tan perjudicial, a su modo, como lo habría sido insultarse a gritos.El viento rugía, la nieve se arremolinaba alrededor de Rita y el hielo se extendía hasta donde alcanzaba la vista, como lo había hecho desde tiempo inmemorial, pero poco a poco el corazón de la investigadora recuperó su ritmo normal.Dejó de estremecerse.El terror cedió.Una vez más, había derrotado a sus fobias.Cuando al fin Rita entró en el iglú, Franz empacaba los instrumentos en una caja especial.Alzó la vista hacia ella, saludó en silencio y siguió empacando.Con el cabello rubio tupido y unos ojos oscuros y profundos, poseía un cierto magnetismo animal, y Rita comprendía claramente por qué le resultó atractivo cuando ella era más joven.A los cuarenta y cinco años, seguía tan esbelto y musculoso como un muchacho.–La velocidad del viento alcanza ya los treinta y ocho kilómetros -anunció ella, al tiempo que se quitaba las gafas-.La temperatura del aire es de doce grados centígrados bajo cero y sigue en descenso.–Con el factor de congelación del viento, estará alrededor de veintiséis bajo cero cuando levantemos el campamento -hablaba sin alzar la mirada.–De todos modos, podremos regresar.– ¿Con cero visibilidad?–El tiempo no va a empeorar tan rápido.–Por favor, echa otro vistazo, Rita.Este frente avanza mucho más rápido de lo que se predijo.Podría presentarse una ventisca de grandes proporciones.–A decir verdad, Franz, tu sombría naturaleza teutona…Bajo sus pies se oyó un retumbo parecido al de un trueno, y el casquete de hielo se sacudió por un temblor.Al retumbo se sumó un chirrido agudo, producido por docenas de capas que rozaron entre sí
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