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.Andaba a pasitos cortos, taconeando fuerte; se levantaba sobre la punta de los pies cuando decía algo importante, y para rematar sus frases se dejaba caer sobre los talones, como indicando así que este movimiento dependía más que del peso de su cuerpo del peso de su argumentación.El nuevo inquilino empezaba a preocupar al portero; no se había presentado a él, no tenía muebles.—¿Quién es este hombre? —se dijo el señor Ramón a sí mismo con diversas entonaciones, y añadió—: Habrá que vigilarle.¡No vaya a resultar uno de esos personajes misteriosos como los de las historias de los folletines!Para darse cuenta o tomar al menos algún indicio de quién podía ser el nuevo y extraño inquilino, días antes el portero había abierto cautelosamente, sin que nadie lo viera, la buhardilla número 3 con la llave que el mozo de cuerda encargado de la mudanza le entregaba al marcharse, y había hecho largas y severas investigaciones oculares.Vio primeramente en el interior de unas cajas carretes de alambre recubiertos de seda verde, aquí frascos, allá pedazos de carbón y de cinc, en un rincón un pajarraco disecado, en otro varias ruedas; un maremágnum…—Esto es el caos —se dijo el señor Ramón—, esto es el caos.Y pasaron por su portentoso cerebro historias de anarquistas, de fabricantes de explosivos, de dinamiteros, de siniestros bandidos, de monederos falsos.Toda una procesión de seres terribles y majestuosos desfiló por su mente.En un álbum el portero encontró un retrato que le llamó la atención.Era de un hombre de edad indefinible, calvo, aunque no del todo, porque tenía un tupé como una llama que le saliera de la parte alta de la frente.La cara de este hombre mal barbado, de nariz torcida y de ojos profundos y pequeños, era extraña de veras: tan pronto parecía sonreír como estar mirando con tristeza.En el margen del retrato se leían estas líneas escritas con tinta roja:SYLVESTRIS PARADOXUSdelOrden de los Primates—Primates; ¿qué orden será ésta? —se preguntó el portero—.¿Qué clase de frailes serían los primates? El señor Ramón siguió leyendo:CARACTERES ANTROPOLÓGICOSPelo, rojizo.Barba, ídem.Ojos, castaños.Pulsaciones, 82.Respiraciones, 18 por minuto.Talla, 1,51.Braquicefalia manifiesta.Ángulo facial, goniómetro de Broca, 80,02.Individuo esencialmente paradoxal.¡Braquicefalia manifiesta! ¡Goniómetro de Broca! Un misterioso y tremendo sentido debían de tener estas palabras.¿Quién sería el hombre calvo y extraño del retrato? ¿El nuevo inquilino quizá?El señor Ramón quedó, según su decir, completamente sumergido en el caos.Bajó las escaleras absorto, preocupado, en actitud pensativa.De vez en cuando, como las encrespadas y furibundas olas que baten con empuje vigoroso las peñas de la bravía costa, chocaban en su cerebro estas preguntas turbadoras de tan noble espíritu: ¿Dé quién era aquella cabeza? ¿De quién era aquella inscripción?…¡Oh terribles misterios de la vida!Ver aquel día al mozo de cuerda con carga tan extraña y quedar excitada al momento la curiosidad del señor Ramón todo fue uno.—A ver —le dijo al mozo—, ¿qué es lo que llevas ahí?—¿Sé yo acaso lo que puede haber dentro? —repuso el otro—.Esto —y señaló el bulto de forma estrambótica envuelto en periódicos— creo que es un bicho disecado, y lo otro debe de ser una jaula, porque se notan los alambres; pero léveme o demo si sé lo que tiene dentro.El señor Ramón desenfundó el bulto envuelto en periódicos y apareció ante su vista una gruesa avutarda disecada, de color pardusco, sostenida por sus patas en una sólida tabla de caoba.El portero quedó estático y sonriente en presencia del ave, que le miraba con sus cándidos ojos de cristal; pero cuando vio en la garra del pajarraco un letrero colgado en donde se leía con letras rojas: Avis tarda, volvieron otra vez las oleadas de pensamientos a sumergir su porteril cerebro en el caos.Ya vista y bien observada la obesa y simpática avutarda, el señor Ramón pasó a examinar el otro bulto cubierto con una arpillera.Se notaban a través del burdo lienzo los alambres de una jaula; mas ¿por qué estaba tapada de aquel modo?Seguramente en su interior había alguna cosa de gran interés.El señor Ramón examinó el envoltorio por todas partes.Estaba tan bien cosida la tela, que no se observaba en ella el menor resquicio por donde pudiera averiguarse lo que había dentro.El portero, después de vacilar un rato, entró en su garita, desapareció en ella y volvió al poco rato con un cortaplumas.—No vendrá el amo, ¿eh? —preguntó al mozo.Éste, por toda contestación, elevó sus hombros con ademán de indiferencia.—Vamos a ver lo que hay dentro —murmuró el señor Ramón; y.para tranquilizar la conciencia del mozo añadió—: Luego lo volvemos a coser.No tengas cuidado [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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