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.La expresión es de Tácito, pero la doctrina de Séneca, con lo que el autor de los Anales prueba su familiaridad con el pensamiento del filósofo y la seriedad profesional con que elaboraba sus relatos.Entre las obras perdidas de Séneca se encontraba un ensayo o tratado titulado «Cómo se ha de practicar la amistad».Pero no es preciso remitirse a una obra de la que sólo se conservan tres cortos fragmentos en un palinsesto vaticano, para saber lo que Séneca pensaba de la amistad.El capítulo séptimo del tratado De tranquillitate animi se abre con lo que muy bien podría llamarse el himno senecano de la amistad.Dice así:«No hay nada que agrade tanto a un espíritu como una amistad fiel y entrañable.¡Qué gran bien, cuando se encuentran corazones dispuestos a acoger y a guardar cualquier secreto, cuya conciencia temas menos que la tuya propia y cuyas palabras calmen las inquietudes, su consejo facilite nuestras resoluciones, su alegría disipe la tristeza, su sola presencia nos llene de gozo!».Durante esas horas finales, el filósofo habló, más o menos largamente, otras dos veces, además de la disertación sobre la «imagen» de su vida.Primero, tras unas palabras de consuelo y aliento a su esposa, se extendió en comentarios acerca de la firmeza de ánimo, los preceptos de la sabiduría, la actitud moral ante la adversidad, etc.A lo que añadió un discurso más extenso del que tomaron nota unos secretarios y que en tiempos de Tácito todavía podía leerse, pero después se perdió.La imagen de la vida dé Séneca no sólo estaba en su doctrina, sino también en la disposición, ni resignada ni triste, ante la necessitas ultima a que le condenaba el príncipe.Abiertas las venas de brazos y piernas, solicitó del médico amigo, Estacio Anneo, que le suministrara el veneno «ateniense» que tenía previsto.Fue introducido en el baño y falleció ahogado por los vapores.Todo ello, ciertamente, con bastante literatura.Séneca enfrentó la muerte, como he dicho, con el modelo de la de Sócrates.Pero el gesto final fue muy romano y muy suyo, salpicando a los circunstantes con las aguas del baño en una última o suprema libación a Júpiter Liberador.Seguidamente su cuerpo fue incinerado sin ninguna ceremonia.La esposa, Paulina, quiso seguir la suerte del marido, pero los soldados, obedeciendo instrucciones del príncipe, no lo permitieron.Vivió unos años más laudabili in maritum memoria, según escribe Tácito, como una ejemplar matrona romana.El retrato de BerlínYo soy de los que creen que existe un retrato auténtico de Séneca, que se ha reproducido en algunos libros y que yo mismo fotografié hace unos años en el Pergamon Museum de Berlín y he hecho imprimir más de una vez.Se trata de un hermes o busto bicípite de tamaño menor que el natural, en el que por una cara aparece un Sócrates convencional y por la otra un Séneca con todos los visos de autenticidad, ambos con los nombres inscritos en la basa en los caracteres de sus respectivas lenguas.Es una pieza del siglo segundo que, sin duda, reproduce un retrato hecho en vida del propio modelo.El paralelismo entre el filósofo romano y el griego era algo que después de la muerte de Séneca debía de estar en los labios y en la mente de muchos romanos ilustrados.No era sólo un asunto de los «enamorados de la sabiduría».Con Séneca, Roma había tenido por fin un sabio igual que Atenas.Sócrates era también uno de los personajes históricos más admirados por Séneca.Encarnaba el ideal del sapiens.El filósofo romano lo menciona en sesenta y seis lugares: más que a Catón de Útica.Sólo Virgilio y Epicuro aparecen citados mayor número de veces en los textos senecanos, pero como escritores o fuente de doctrina.Mientras que en los exempla del filósofo ateniense (como en los del político romano) se pone de manifiesto la virtus del sapiens.Por otra parte, la fama de Séneca se mantuvo sin altibajos tras su muerte.Hacia el año 75, dos lustros después de ella, Plinio el Mayor proclamaba que había sido el personaje más importante de su época como sabio y como político: «Annaeo Seneca, principe tum eruditorum et potentiae».Entre diez o quince años después de la Historia Natural de Plinio, Quintiliano afirma que fue el primer escritor de su tiempo y el más influyente, al que todos querían imitar.El insobornable historiador Tácito, entre una de cal y otra de arena, acaba trazando un perfil netamente favorable con pocos lunares.Séneca viene a ser el «bueno» de los últimos libros de los Anales como Germánico de los primeros.Estampas de una vidaLa Bética de los Anneos era una provincia profundamente romanizada desde casi un siglo antes del nacimiento de Séneca.Cicerón habla de unos poetas cordobeses de los años cincuenta antes de Cristo, que debían de ser conocidos en Roma, pero que hablaban el latín con un acento extranjero y gangoso que chocaba con la sensibilidad romana.Séneca quizá no era hispanus, sino hispaniensis, por lo menos en algunas de las ramas de su familia.La escolarización había avanzado en Córdoba en los cincuenta años que siguieron al discurso en que Cicerón atribuye a los vates de la Bética esa pronunciación tan extraña.Habría sido inconcebible que si su latín no era correcto, Séneca alcanzara tanto éxito como orador y poeta, todavía joven, en los círculos sociales que frecuentaban las princesas imperiales, hermanas de Calígula, y que una de ellas, Agripina, pensara en traerle de Córcega al cabo de ocho años de destierro para enseñar letras y retórica al joven Nerón, en contra de una parte de la opinión pública romana que decía de él que no era otra cosa que una lengua de charlatán, professoria lingua.De los primeros años de la vida de Séneca no se sabe mucho, aunque quizá sea uno de los escritores de la Antigüedad en cuya familia y círculo de amistades se halla un mayor número de personas con sus nombres y alguna información.El Onomasticum elaborado por Carmen Castillo identifica a doscientos ochenta y tres contemporáneos suyos citados por Séneca, nueve de ellos griegos y los demás romanos.En unos libros de pensamiento como los del filósofo cordobés eso significa mucha gente y es índice de una activa vida social.Séneca no se limitó a ser un estudioso de biblioteca ni un filósofo solitario.Fue, por otra parte, muy romano, a partir de la condición de acomodado ciudadano provincial del orden «ecuestre» que había heredado de sus mayores y de la que tan orgulloso se sentía según escribe Tácito
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