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.MlQUEL BARCELÓSaltoEl día es caluroso y lleno de nubes sobre el mar de Bismarck cuando Goto Dengo pierde la guerra.Los bombarderos norteamericanos llegan volando bajos e igualados.Por casualidad, Goto Dengo está en cubierta haciendo calistenia al aire fresco.Respirar aire que no huele a mierda ni a vómitos le hace sentir eufórico e invulnerable.Todos deben sentirse igual, porque él mismo observa los aeroplanos durante un buen rato antes de oír las bocinas de alarma.Se supone que los soldados del emperador deben sentirse eufóricos e invulnerables todo el tiempo, porque ése es el resultado de un espíritu indomable.El que Goto Dengo sólo se sienta así en cubierta, cuando respira aire limpio, le avergüenza.Los soldados más veteranos nunca dudan, o al menos no lo manifiestan.Se pregunta dónde empezó a ir mal.Quizá fue el periodo que pasó en Shanghai, donde las ideas extranjeras le contaminaron.O quizá fue desde el principio: la antigua maldición familiar.Los transportes de tropas son lentos; no se pretende que sean algo más que cajas de aire.Sólo disponen del armamento más patético.Los destructores que los escoltan hacen sonar alerta general.Goto Dengo permanece junto a la barandilla y observa cómo la tripulación de los destructores ocupa posiciones.Los cañones de las armas escupen humo negro y luz azul, y mucho más tarde oye los estampidos.Los bombarderos norteamericanos deben de tener sus propios problemas.En principio supone que debe de faltarles combustible, están perdidos hasta la desesperación, o los Zeros les han dado caza hasta obligarles a descender por debajo de la cubierta de nubes.Cualesquiera que sea la razón, sabe que no han llegado hasta allí para atacar el convoy, porque los bombarderos norteamericanos atacan volando a gran altitud, dejando llover las bombas.Las bombas fallan siempre, porque las miras norteamericanas son malas y los tripulantes unos ineptos.No, la llegada allí de aviones norteamericanos no es más que uno de esos grotescos accidentes de la guerra; desde primera hora de ayer el convoy ha estado protegido por una cubierta espesa de nubes.Las tropas que rodean a Goto Dengo lanzan vítores.¡Qué buena fortuna que esos norteamericanos perdidos se hayan metido directamente en las miras de la escolta de destructores! Y también es una buena señal para la villa de Kulu, porque resulta que la mitad de los jóvenes del pueblecito están en cubierta para disfrutar del espectáculo.Crecieron juntos, fueron juntos a la escuela, a los veinte años pasaron el chequeo médico militar juntos, se alistaron juntos y entrenaron juntos.Ahora van juntos de camino a Nueva Guinea.Juntos se reunieron en la cubierta del transporte hace apenas cinco minutos.Juntos disfrutarán del espectáculo de los aviones norteamericanos convertidos en ruedas de fuego.Goto Dengo, de veintiséis años, es uno de los más veteranos —regresó de Shanghai para convertirse en su líder y su ejemplo— y mira sus caras, caras que conoce desde que eran niños, nunca más felices que en este momento, reluciendo como pétalos de cerezos en un mundo gris de nubes, océano y acero pintado.Una nueva oleada de placer recorre los rostros.Se da la vuelta para mirar.Aparentemente, uno de los bombarderos ha decidido aligerar la carga dejando caer una bomba en medio del océano.Los muchachos de Kulu lanzan un canto de burla.El avión norteamericano, habiéndose desecho de media tonelada de explosivos inútiles, sube directamente, autocastrado, sin más valor que como blanco para prácticas de tiro.Los muchachos de Kulu aullan su desprecio al piloto.¡Un piloto nipón al menos hubiese estrellado el avión contra el destructor!Por alguna razón, Goto Dengo sigue a la bomba en lugar de al avión.No da un tumbo desde el vientre del avión sino que dibuja una parábola plana sobre las olas, como un torpedo aéreo.Contiene la respiración por un momento, temiendo que no caiga jamás en el océano, que rozará la superficie hasta golpear al destructor que tiene en su camino.Pero una vez más las buenaventuras de la guerra sonríen a las fuerzas del emperador; la bomba pierde la batalla con la gravedad y entra en el agua.Goto Dengo aparta la vista.Luego vuelve a mirar, siguiendo un fantasma que ocupa el límite de su visión.Las alas de espuma que la bomba lanzó al aire siguen colapsando el agua, pero tras ellas acelera una mota negra, quizá una segunda bomba arrojada por el mismo avión.En esta ocasión Goto Dengo la sigue con todo cuidado.Parece elevarse en lugar de caer, quizá sea un espejismo.No, no, está equivocado, ahora pierde altitud muy lentamente, y cae al agua y produce otro par de alas.Y entonces la bomba vuelve a salir del agua.Goto Dengo, estudiante de ingeniería, implora porque las leyes de la física controlen esa cosa y la hagan caer y hundirse, que es lo que se supone que deben hacer esos estúpidos trozos de metal.Vuelve a caer.pero luego se eleva de nuevo.Salta sobre el agua como una de las piedrecillas planas que los muchachos de Kulu lanzaban sobre el estanque de peces cercano al poblado.Goto Dengo, totalmente fascinado, la ve saltar varias veces más.De nuevo, las buenaventuras de la guerra han ofrecido otro espectáculo grotesco, aparentemente sin más razón que entretenerle a él.Lo saborea como si fuese un cigarrillo descubierto en el fondo de un bolsillo.Salto, salto, salto.Justo hasta el flanco de uno de los destructores de escolta.Una torreta salta directamente al aire, dando volteretas una y otra vez.Cuando está a punto de llegar a su apogeo, queda completamente envuelta en un geiser de llamas que salen de la sala de máquinas del barco.Los muchachos de Kulu siguen cantando, negándose a aceptar los hechos que tienen ante sus propios ojos.Algo destella en la visión periférica de Goto Dengo; se vuelve para ver que otro destructor se parte por la mitad como una ramita seca cuando estalla la santabárbara.Diminutas cosas negras saltan, saltan, saltan por todo el océano, como pulgas sobre las sábanas arrugadas de un burdel de Shanghai.El canto vacila.Todos miran en silencio.Los norteamericanos han inventado una nueva táctica de bombardeo en medio de una guerra y la han puesto en práctica a la perfección.La mente de Goto Dengo se tambalea como un borracho en el pasillo de un tren que se estrella.Comprendieron que se habían equivocado, admitieron sus errores, se les ocurrió una idea nueva.La idea nueva fue aceptada y aprobada por toda la cadena de mando.Y ahora la usan para matar a sus enemigos.Ningún guerrero con el más mínimo concepto del honor hubiese sido tan cobarde.Tan flexible.Qué vergüenza debe haber sido para los oficiales que entrenaron a sus hombres para bombardear desde grandes altitudes.¿Qué ha sido de esos hombres? Deben haberse suicidado, o quizá hayan acabado en prisión.Los marines norteamericanos de Shanghai tampoco eran guerreros decentes.Cambiaban constantemente de métodos.Como Shaftoe.Shaftoe intentó luchar en la calle con soldados nipones y fracasó.Habiendo fracasado, decidió aprender tácticas nuevas.de la mano de Goto Dengo.«Los norteamericanos no son guerreros», decían todos.«Quizá empresarios.No guerreros.»Bajo cubierta, los soldados vitorean y cantan.No tienen ni la más mínima idea de lo que está sucediendo.Durante un momento, Goto Dengo aparta la mirada con esfuerzo del mar lleno de destructores que estallan y se hunden.Se centra en un armario lleno de salvavidas.Parece que los aviones ya han desaparecido.Examina el convoy y no encuentra destructores en funcionamiento.—¡Poneos los chalecos salvavidas! —grita
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