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.Pete se situó detrás de la línea y lanzó los seis dardos unas diez o doce veces.En el último intento consiguió 125 puntos.Pensó que no estaba nada mal.Se imaginó a George y a Normie Therriault aplaudiendo.Se acercó a una de las ventanas cubiertas de alambre y contempló desde allí las isletas de hormigón vacías, donde solían estar los surtidores de gasolina, y el tráfico que pasaba algo más alejado.Un tráfico fluido.Pensó que con la llegada del verano la autopista volvería a llenarse de coches de turistas y veraneantes, avanzando a paso de tortuga, pegados los unos a los otros, a menos que su padre tuviera razón y el precio de la gasolina alcanzara los siete pavos por galón y todo el mundo decidiera quedarse en casa.¿Y ahora qué? Ya había jugado a los dardos, había visto tantos chochos afeitados como para… bueno, quizá no para toda una vida, pero para unos cuantos meses sí.Y no había asesinatos por resolver, por lo tanto… ¿ahora qué?Vodka, decidió.Eso sería lo siguiente.Tomaría unos cuantos sorbos simplemente para demostrarse que podía y para que sus fanfarroneadas futuras tuvieran ese halo de veracidad que resultaba vital.Luego, pensó, recogería sus cosas y regresaría a Murphy Street.Haría todo lo posible para que su aventura sonara interesante, incluso emocionante, aunque en realidad no hubiera sido para tanto.Simplemente era un lugar al que los Chicos Realmente Mayores iban a jugar a cartas, a montárselo con chicas y a protegerse cuando llovía.Pero emborracharse… eso ya era algo.Cogió las alforjas, las llevó hasta los colchones y se sentó (intentando evitar las manchas, que no eran pocas).Sacó la botella de vodka y la examinó con absoluta fascinación.Con diez años camino de once, no ansiaba con especial interés probar los placeres adultos.El año anterior le había rapiñado un cigarrillo a su abuelo y se lo había fumado detrás del 7-Eleven.En realidad solo se lo fumó hasta la mitad.A continuación se apoyó en la pared y vomitó todo el almuerzo entre sus zapatillas.Ese día había conseguido una información interesante pero no muy valiosa: que las judías y las salchichas tal vez no tengan muy buen aspecto cuando entran en tu boca, pero al menos saben bien, y que cuando vuelven a salir por la boca, tienen un aspecto asqueroso y saben todavía peor.A juzgar por el rechazo instantáneo y enfático que su cuerpo había demostrado por el cigarrillo, pensó que el alcohol no debía de ser mejor.Probablemente incluso era peor.Pero si no lo probaba, aunque fuera solo un poquito, cualquier fanfarronada que pudiera contar sería mentira.Y su hermano George tenía un auténtico radar con las mentiras, sobre todo con las de Pete.Probablemente volveré a vomitar, pensó.Luego dijo:—La buena noticia es que no seré el primero en hacerlo en esta pocilga.Eso le hizo reír de nuevo.Seguía sonriendo mientras desenroscaba el tapón y se acercaba la botella a la nariz.Olía, pero no mucho.Tal vez era agua en lugar de vodka y el olor no era más que un vestigio.Se llevó la botella a la boca, en parte con la esperanza de que fuera vodka y en parte con la esperanza de que no lo fuera.No esperaba gran cosa y sin duda lo que no quería era emborracharse y romperse el cuello al intentar bajar de la plataforma, pero sentía cierta curiosidad.A sus padres les encantaba.—Los valientes siempre son los primeros —dijo, sin saber muy bien por qué, antes de tomar un pequeño sorbo.No era agua, eso seguro.Sabía a petróleo rebajado y caliente.Se lo tragó casi por sorpresa.El vodka le dejó una oleada de calor en la garganta y acabó explotando en el estómago.—¡Dios! —exclamó Pete.Las lágrimas le nublaron los ojos.Estiró el brazo para mantener alejada la botella, como si lo hubiera mordido.Pero el calor que sentía en el estómago empezaba a remitir y se sentía algo mejor.No estaba borracho, y tampoco tenía ganas de vomitar.Probó otro sorbito más, ahora que sabía qué podía esperar de ello.Calor en la boca… calor en la garganta… y luego un estallido en el estómago.En realidad no estaba tan mal.Empezó a sentir un cosquilleo en los brazos y las manos.Tal vez en el cuello, también.No era la sensación de hormigueo que sentías cuando se te dormía un brazo o una pierna, sino más bien como si se despertara algo.Pete se llevó la botella a los labios de nuevo y volvió a bajarla.Había más cosas de las que preocuparse aparte de la posibilidad de caer desde lo alto de la plataforma de carga o de pegársela con la bici en el camino de vuelta a casa (por un momento se preguntó si podían arrestarte por ir en bici borracho y supuso que sí).Tomar unos tragos de vodka para poder alardear de ello era una cosa, pero si se emborrachaba, su madre y su padre lo sabrían cuando llegaran a casa.Lo sabrían enseguida.Intentar fingir que estaba sobrio no serviría de nada.Ellos bebían, sus amigos bebían, y algunas veces demasiado.Debían de conocer bien los síntomas.Además, debía tener en cuenta la temida RESACA.Pete y George habían visto a su padre y a su madre arrastrándose por la casa, pálidos y con los ojos enrojecidos, demasiados sábados y domingos por la mañana
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