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.Propone un plan científico para desintegrar un camello y hacerlo que pase en chorro de electrones por el ojo de una aguja.Un aparato receptor (muy semejante en principio a la pantalla de televisión) organizará los electrones en átomos, los átomos en moléculas y las moléculas en células, reconstruyendo inmediatamente el camello según su esquema primitivo.Niklaus ya logró cambiar de sitio, sin tocarla, una gota de agua pesada.También ha podido evaluar, hasta donde lo permite la discreción de la materia, la energía cuántica que dispara una pezuña de camello.Nos parece inútil abrumar aquí al lector con esa cifra astronómica.La única dificultad seria en que tropieza el profesor Niklaus es la carencia de una planta atómica propia.Tales instalaciones, extensas como ciudades, son increíblemente caras.Pero un comité especial se ocupa ya en solventar el problema económico mediante una colecta universal.Las primeras aportaciones, todavía un poco tímidas, sirven para costear la edición de millares de folletos, bonos y prospectos explicativos, así como para asegurar al profesor Niklaus el modesto salario que le permite proseguir sus cálculos e investigaciones teóricas, en tanto se edifican los inmensos laboratorios.En la hora presente, el comité sólo cuenta con el camello y la aguja.Como las sociedades protectoras de animales aprueban el proyecto, que es inofensivo y hasta saludable para cualquier camello (Niklaus habla de una probable regeneración de todas las células), los parques zoológicos del país han ofrecido una verdadera caravana.Nueva York no ha vacilado en exponer su famosísimo dromedario blanco.Por lo que toca a la aguja, Arpad Niklaus se muestra muy orgulloso, y la considera piedra angular de la experiencia.No es una aguja cualquiera, sino un maravilloso objeto dado a luz por su laborioso talento.A primera vista podría ser confundida con una aguja común y corriente.La señora Niklaus, dando muestra de fino humor, se complace en zurcir con ella la ropa de su marido.Pero su valor es infinito.Está hecha de un portentoso metal todavía no clasificado, cuyo símbolo químico, apenas insinuado por Niklaus, parece dar a entender que se trata de un cuerpo compuesto exclusivamente de isótopos de níkel.Esta sustancia misteriosa ha dado mucho que pensar a los hombres de ciencia.No ha faltado quien sostenga la hipótesis risible de un osmio sintético o de un molibdeno aberrante, o quien se atreva a proclamar públicamente las palabras de un profesor envidioso que aseguró haber reconocido el metal de Niklaus bajo la forma de pequeñísimos grumos cristalinos enquistados en densas masas de siderita.Lo que se sabe a ciencia cierta es que la aguja de Niklaus puede resistir la fricción de un chorro de electrones a velocidad ultracósmica.En una de esas explicaciones tan gratas a los abstrusos matemáticos, el profesor Niklaus compara el camello en su tránsito con un hilo de araña.Nos dice que si aprovechamos ese hilo para tejer una tela, nos haría falta todo el espacio sideral para extenderla, y que las estrellas visibles e invisibles quedarían allí prendidas como briznas de rocío.La madeja en cuestión mide millones de años luz, y Niklaus ofrece devanarla en unos tres quintos de segundo.Como puede verse, el proyecto es del todo viable y hasta diríamos que peca de científico.Cuenta ya con la simpatía y el apoyo moral (todavía no confirmado oficialmente) de la Liga Interplanetaria que preside en Londres el eminente Olaf Stapledon.En vista de la natural expectación y ansiedad que ha provocado en todas partes la oferta de Niklaus, el comité manifiesta un especial interés llamando la atención de todos los poderosos de la tierra, a fin de que no se dejen sorprender por los charlatanes que están pasando camellos muertos a través de sutiles orificios.Estos individuos, que no titubean al llamarse hombres de ciencia, son simples estafadores a caza de esperanzados incautos.Proceden de un modo sumamente vulgar, disolviendo el camello en soluciones cada vez más ligeras de ácido sulfúrico.Luego destilan el líquido por el ojo de la aguja, mediante una clepsidra de vapor, y creen haber realizado el milagro.Como puede verse, el experimento es inútil y de nada sirve financiarlo.El camello debe estar vivo antes y después del imposible traslado.En vez de derretir toneladas de cirios y de gastar el dinero en indescifrables obras de caridad, las personas interesadas en la vida eterna que posean un capital estorboso, deben patrocinar la desintegración del camello, que es científica, vistosa y en último término lucrativa.Hablar de generosidad en un caso semejante resulta del todo innecesario.Hay que cerrar los ojos y abrir la bolsa con amplitud, a sabiendas de que todos los gastos serán cubiertos a prorrata.El premio será igual para todos los contribuyentes: lo que urge es aproximar lo más que sea posible la fecha de entrega
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