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.Sal de aquí y déjame en paz.Él salió de la habitación, bajó y se fue al bar.Su mujer no había bajado para la cena y Bevan estuvo cavilando si subía o no a la habitación para hablar con ella.Pero hablar con ella se había convertido en una ordalía, y aunque deseaba desesperadamente que lograsen encarrilarse por la misma senda y llegar a un cierto acuerdo, presentía que era imposible, que no estaba en condiciones de hacerlo.Durante la cena se sentó solo a la mesa y apenas probó el jugoso rosbif que suplicaba ser comido con verdadero apetito.Cuando se levantó y se dirigió al bar, dejó casi toda la carne en el plato.Y era medianoche y no tenía ni idea de cuántos gintónics se había tomado.Fuera cual fuese la cantidad, no bastaba.Levantó la cabeza que tenía apoyada sobre los brazos cruzados y vio que el camarero se le acercaba con un gran vaso lleno en sus tres cuartas partes; las burbujas efervescentes bailoteaban alrededor de los cubitos de hielo.Tendió la mano para cogerlo e iba a llevárselo a los labios cuando la vio entrar en el salón de cócteles.Avanzó hacia él cual una fina hoja de acero blanco azulado como si fuera a cortarlo en dos.Aquí viene —pensó, mirando desconsolado la silueta de su mujer; y cerró los ojos y deseó mantenerlos así durante mucho, mucho tiempo y se dijo—: Punto uno, no puedes soportar verla.Punto dos, no puedes soportar la idea de perderla.Punto tres, en nombre de Dios, ¿qué diablos te pasa?Entonces abrió los ojos y mientras ella se acercaba a la barra y se detenía a su lado, le preguntó:—¿Quieres una copa?—No, gracias.—¿Tienes hambre? Puedo pedirte un bocadillo.—No —repuso ella—, Pero me gustaría fumar un cigarrillo.Bevan sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo e insistió:—Anda, deja que te invite a una copa.Ella no contestó.Bevan le encendió el cigarrillo y se encendió otro para él.Esperó que le dijera algo.Rogaba en silencio que le dijera algo, cualquier cosa que estableciera una línea de comunicación.Pero ella se limitó a permanecer allí de pie, enseñándole el perfil, mientras le daba unas caladas lentas y tranquilas al cigarrillo.Pues vale —se dijo—.Se encogió de hombros, pero el gesto no le sirvió de nada y, frenético, alzó el vaso del gintónic.Bebió varios sorbos; el alcohol arremetió contra su cerebro con una serie de estocadas estimulantes que le dibujaron en el rostro una apagada sonrisa de satisfacción.La sonrisa se hizo más marcada y se tornó un tanto sardónica cuando dio un paso atrás para lanzarle a su mujer una mirada apreciativa.Así está mejor —se dijo—.Así está mucho mejor que intentar hablarle.Continuó mirándola de arriba a abajo, como si no fuera su esposa, sino una mujer cualquiera de aspecto interesante, a la que viera por primera vez.Realmente interesante —juzgó—.Se le nota la educación, de entrada se reconoce que primero tuvo una institutriz y luego asistió a una escuela privada para señoritas de Nueva Inglaterra, seguida de Bryn Mawr o Vassar, o cualquier otro lugar por el estilo.No la dejaron ir a una escuela mixta; se puede apostar a que en eso fueron muy firmes.La reflexión había tomado impulso en su cerebro y así continuó:Tiene su lógica, proviene de una familia con unos elevados ingresos.No son una de las grandes fortunas del país pero ganan lo suficiente como para tener una casa con un gran terreno, un garaje para dos o tres coches, tal vez algunos caballos, una torre de veraneo en Long Island.Claro que tienen dinero.Pero fíjate en la justa inclinación de su barbilla, por ese gesto se nota que con ella no lo derrocharon.No tiene cara de malcriada o consentida.Tiene todo el aspecto de haber sido guiada y vigilada con cuidado.Seguramente la institutriz era sueca; en general, son las más severas.Y más tarde, cuando empezó a salir con chicos, siempre iba con dama de compañía.Claro que sí, tenía que haber una dama de compañía.Para ponerles las cosas difíciles a los chicos.Es decir, si iban tras un tipo de mujer frágil, delicada, una dama suave con cabellos color dorado pálido y ojos azul claro y cutis amarfilado muy claro.¿Buscas eso? Sí, supongo que uno busca eso
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