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.No fumaba un porro desde hacia quince años, nunca había probado la coca, y prácticamente había dejado la bebida después de la multa por conducir bajo los efectos del alcohol tras la fiesta de Navidad.Por esas fechas su experiencia con las drogas se reducía a oler un poco de hachis en algún que otro concierto de rock, y Mary, por su parte, nunca había mostrado el menor interés por esas cosas (a veces se jactaba de «su virginidad en cuestión de drogas»).El cenicero no contenía más que un par de envoltorios de chicle arrugados, y tampoco en el asiento trasero había latas de cerveza o botellas de vino vacías.—Agente, se que iba un poco deprisa.—Ya.Se le ha dormido el pie en el acelerador, ¿no? —preguntó el policía con tono afable—.¿Podría enseñarme su carnet de conducir y el certificado de matriculación del vehículo?—Claro.—Peter sacó la cartera del bolsillo posterior del pantalón—.El coche no es mío.Es de mi hermana.Se lo llevamos a Nueva York desde Oregón.Ella estudiaba hasta hace poco en el Reed College de Portland.Estaba hablando más de la cuenta, lo sabía, pero era incapaz de contenerse.Resultaba curioso que en presencia de la policía uno empezase a parlotear de ese modo, como si llevase oculto en el maletero un cadáver descuartizado o un niño secuestrado.Recordaba que había reaccionado exactamente igual cuando la policía lo hizo parar en la autovía de Long Island después de la fiesta de Navidad.Habló y habló mientras uno de los agentes, sin despegar los labios, realizaba metódicamente su trabajo, primero examinando la documentación y después comprobando el buen funcionamiento de su pequeño alcoholímetro azul.—¿Mare? ¿Podrías sacar de la guantera la documentación del coche? Está en un sobre de plástico junto con los papeles del seguro.En un primer momento Mary permaneció inmóvil.Peter la miró de reojo —se hallaba paralizada en el asiento— mientras abría su cartera y comenzaba a buscar el carnet de conducir.Debería haber estado allí, en uno de los primeros compartimientos transparentes, pero no estaba.—¿Mare? —insistió, ya un tanto impaciente y de nuevo asustado.¿Y si había perdido el carnet en alguna parte? ¿Y si se le había caído al suelo en casa de Gary mientras trasladaba sus cosas (uno siempre llevaba muchas más cosas en los bolsillos cuando viajaba) de un vaquero a otro? Estaba seguro de que eso no había ocurrido, pero no sería una de esas típicas fatalidades.—.Mare, colabora un poco.Saca de una vez la documentación, por favor.—Si, claro, enseguida.Mary se inclinó como una máquina vieja y oxidada que cobrase vida al recibir una repentina descarga eléctrica.Abrió la guantera y comenzó a revolver en el interior.Apartó un paquete de galletas medio, una cinta de Bonnie Raitt que se había enredado en el casete del salpicadero y un mapa de California.Peter veía pequeñas gotas de sudor en su sien izquierda.Algunos mechones de su pelo negro y corto se habían humedecido pese a que el ventilador del aire acondicionado lanzaba un chorro de aire frío directamente a su cara.—No lo.—empezó, pero de inmediato, con inconfundible alivio, rectificó—: Ah, si, aquí esta.En ese mismo instante Peter miró en el compartimiento donde guardaba las tarjetas de visita y encontró el carnet.No recordaba haberlo guardado allí —¿Por qué demonios lo habría hecho?— pero allí estaba.En la fotografía no parecía un profesor adjunto de literatura de la Universidad de Nueva York, sino un peón de albañil en paro (y posible asesino en serie).Sin embargo era el, reconocible, y de pronto se sintió más animado.Gracias a Dios tenían los papeles, y no había nada que temer.Además, pensó Peter mientras entregaba su carnet al policía, esto no es Albania.Quizá no sea nuestra zona de percepción, pero desde luego no es Albania.—¿Peter? —dijo Mary.Peter se volvió, cogió el sobre que ella le tendía, y le guiñó un ojo.Mary intentó responder con una sonrisa, pero apenas consiguió esbozarla.Fuera una ráfaga de viento arrojó arena contra el costado del coche.Los minúsculos granos azotaron el rostro de Peter, que entornó los ojos
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