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.Pero ocurrió que mientras luchábamos con furia alrededor del árbol al que se subía Tars Tarkas con infinitas dificultades, eché de improviso una ojeada sobre el hombro de mi contrario y observé el enjambre de asaltantes que iba a acometerme.Entonces vi al fin la naturaleza de aquellos monstruos que acudían en auxilio de los hombres planta, contestando al apremiante alarido del ser que estaba sobre el precipicio.Eran el más terrible de los pobladores de Marte: los grandes monos blancos de Barsoom.Mis anteriores experiencias en Marte me habían familiarizado plenamente con ellos y sus métodos y puedo afirmar que de todos los pavorosos y terribles, horrendos y grotescos habitantes de aquel extraño mundo, los monos blancos eran los que consiguieron familiarizarme más con la sensación del terror.Pienso que la causa de este sentimiento que tales monos engendraron en mi interior se debía a su notable parecido en cuanto a forma con los hombres terrestres, que les presta un aspecto humano aún más sorprendente comparándolo con lo enorme de su tamaño.Derechos miden de alto quince pies y andan erectos sobre sus patas traseras.Al igual que los marcianos verdes, poseen un juego intermedio de brazos entre los miembros superiores y los inferiores.Tienen muy juntos los ojos, pero no saltones como los hombres verdes; llevan las orejas tiesas, aunque colocadas más al lado que los primeros, mientras que sus dientes y narices se parecen mucho a los de los gorilas africanos.En la cabeza les brota un enorme mechón de erizados pelos.Había en sus miradas y en las de los terribles hombre planta, cuando les contemplé por encima del hombro de mi adversario, una expresión de rabia indefinible, y en ese momento saltaron sobre mí mientras chillaban, silbaban y gritaban con frenesí; pero de todos los ruidos que me asaltaban a medida que se aproximaban a mí, ninguno me resultó tan horrible como el horrible ronroneo de los hombres planta.De repente una infinidad de crueles garras y afilados talones se hundieron en mi carne, y unos labios fríos y succionadores se precipitaron sobre mis arterias.Luché para librarme, y aunque estaba enterrado bajo sus inmensos cuerpos, conseguí ponerme en pie donde, con la espada aún asida, la utilicé a modo de daga, provocando tal carnicería entre ellos que por un instante me vi libre.Lo que he tardado minutos en describir sucedió en unos cuantos segundos, pero durante ese tiempo Tars Tarkas había presenciado el riesgo que yo corría y se dejó caer de las ramas inferiores, a las que había trepado con extraordinario trabajo, y mientras yo luchaba contra el último de mis antagonistas, el gran Thark se puso a mi lado y de nuevo peleamos espalda con espalda como tantas veces lo habíamos hecho antes.Una y otra vez los feroces monos nos acometieron y una y otra vez los rechazamos con nuestras espadas.Las grandes colas de los hombres planta nos azotaban con tremenda fuerza mientras nos atacaban desde diferentes direcciones o saltaban por encima de nuestras cabezas con la agilidad de sabuesos; pero cada ataque tropezaba con la muralla de unas brillantes espadas que durante veinte años habían sido las más famosas de Marte: porque Tars Tarkas y John Carter, eran nombres que todos los combatientes de aquel mundo de guerreros mencionaban con respeto.Pero incluso las dos mejores espadas de un mundo de guerreros no pueden luchar incansablemente contra una inacabable turba de bestias feroces y salvajes que ignoran el significado de la derrota hasta que el acero clavado en sus corazones les arranca la vida, y así, paso a paso fuimos forzados a retirarnos.Al fin, nos apoyamos en el colosal árbol que habíamos elegido para nuestra ascensión, y luego, como carga tras carga los enemigos nos abrumaban con su peso, fuimos cediendo poco a poco hasta ser empujados a medio camino en torno de la enorme base del colosal tronco.Tars Tarkas estaba más bajo, y de repente le oí lanzar un ahogado grito de júbilo.—Aquí hay un escondrijo para al menos uno, John Carter —me dijo, y mirando donde él se hallaba y vi una oquedad en la base del árbol como de tres pies de diámetro.—Entra, Tars Tarkas —grité, pero no se movió, alegando que su corpulencia le impediría pasar por la abertura, mientras que yo me escurriría fácilmente por ella.—Moriremos ambos si nos quedamos fuera, John Carter; aquí hay una pequeña oportunidad para uno de nosotros.Aprovecha la ocasión y podrás vivir para vengarme.A mí me resultaría inútil meterme en un hueco tan pequeño con esa horda de demonios sitiándonos por todos los lados.—Entonces muramos juntos, Tars Tarkas —repliqué—.Porque no marcharé solo.Déjame que defienda la abertura mientras entras, y después mi corta estatura me permitirá seguirte antes de que puedan evitarlo.Continuábamos luchando furiosamente mientras hablábamos con breves frases que subrayamos con violentos golpes e iracundas estocadas a nuestros tenaces enemigos
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