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.Es comple­tamente seguro.—Quédense con el dinero, jóvenes —dijo tío Charlie, echando una mirada a su reloj-anillo—.Se hace tarde.Vámonos, mu­chachos.Los seguí por el mismo sendero de antes, con los oídos alerta.Volvimos al autoavión.Una vez en el aire, el Patrón dijo bruscamente:—¿Y bien? ¿Qué has visto?—¿Tiene alguna duda acerca del primer informe, aquel que se interrumpió? —pregunté a mi vez.—Ninguna.—Eso no hubiera engañado a un agente, ni siquiera de noche.No era ésa la nave que vio.—Claro que no.¿Qué más?—¿Cuánto cree que debe de haber costado esa nave de mentirijillas.? Metal flamante, recién pintado y, a juzgar por lo que vi por la escotilla, unos diez metros cúbicos de maderaje para apuntalarlo.—Prosigue.—Pues bien, la finca de McLain está completamente hipote­cada.Si esos muchachos están en el ajo, no creo que sean ellos quienes paguen la cuenta.—Desde luego.¿Qué dices tú, Mary?—¿Observó usted, tío Charlie, cómo me trataron?—¿A quién te refieres? —dije con aspereza.—Al sargento y a los dos muchachos.Siempre que empleo mis procedimientos de seducción obtengo una reacción en mi interlocutor.Pero esta vez, nada.—Sin embargo, han estado muy amables —objeté.—No lo entiendes.Yo sé lo que me digo.Siempre me doy cuenta de eso.Algo funcionaba mal en ellos.Estaban muertos interiormente.Eran como esos eunucos que guardan el harén.—¿Hipnotismo? —preguntó el Patrón.—Muy posible.O tal vez drogas.Ella frunció el ceño y mostró una expresión de perplejidad.—Hum.—dijo el Patrón—.Sammy, tuerce a la izquierda.Vamos a investigar un punto situado a cuatro kilómetros al sur.—¿El sitio que corresponde a las coordenadas de la foto­grafía?—¿Qué otro podría ser?Pero no llegamos allí.Primero nos encontramos con un puen­te hundido, y yo no disponía de espacio suficiente para hacer saltar el autoavión por encima de él, dejando aparte lo que esta­blece el reglamento del tráfico para un autoavión en tierra.Dimos la vuelta hacia el sur e intentamos pasar por el único camino que nos quedaba.Nos detuvo un policía de tráfico.Nos habló de un incendio forestal; si seguíamos, nos obligarían a unirnos a los que luchaban contra el fuego.De hecho, quizá, hacía mal en no echarnos el guante en ese momento.Mary le miró entornando los ojos y él aflojó la marcha.Co­mentó que ni ella ni tío Charlie sabían conducir, lo cual era una doble mentira.Al rato le pregunté a Mary:—¿Qué tal ése?—¿Qué quieres decir?—¿Era también un eunuco?—¡Oh, no!, al contrario.Un joven muy seductor.Esa respuesta me irritó.El Patrón no me permitió elevarme y dirigirme al lugar que buscábamos por el aire.Dijo que era inútil.Nos dirigimos hacia Des Moines.En lugar de aparcar en la barrera de peaje, pagamos una tasa para poder entrar con el vehículo en la ciudad.Nos detuvimos finalmente ante la emisora estereoscópica de Des Moines.Tío Charlie entró como una tromba, seguido por noso­tros, en el despacho del director general.Dijo una serie de men­tiras., o tal vez «Charles M.Cavanaugh» gozaba de gran influen­cia cerca de las autoridades de Comunicaciones Federales.Una vez dentro, continuó en su papel de viejo cabeza dura.—Dígame, señor, ¿qué son todas esas tonterías acerca de una nave del espacio de mentirijillas? Hábleme francamente, señor; su licencia puede depender de eso.El director era un hombrecillo cargado de espaldas, pero no pareció intimidado, sino simplemente disgustado.—Ya hemos dado explicaciones completas por nuestras emi­soras —dijo—.Hemos sido nosotros las víctimas.Ese hombre ha sido absuelto.—Me parece una gran equivocación, señor.El hombrecillo —se llamaba Barnes— se encogió de hombros.—¿Qué quería usted que hiciésemos? ¿Que le colgásemos por los pulgares?Tío Charlie le apuntó con el cigarro.—Le advierto, señor, que no estoy dispuesto a que me tomen el pelo.No estoy convencido en modo alguno de que dos patanes y un joven publicista hayan sido capaces de amañar esta pa­traña.Alguien ha dado dinero, señor mío.Sí, señor., dinero.Haga ahora el favor de decirme qué ha hecho usted.Mary se sentó muy cerca de la mesa de Barnes.Se había arre­glado de tal modo el vestido y su postura era tan especial que me recordó a la Maja desnuda de Goya [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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