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.El segundo celador, Larry Jack Polk, era un simplón con el que ahora había trabado amistad porque, como le había susurrado anteriormente a Sam, tenía primos en el Klan y él siempre había querido pertenecer al mismo, pero su esposa se oponía rotundamente.Todas las mañanas le traía a Sam los periódicos y café recién hecho.Había confesado ya su admiración por la pericia de Sam con los explosivos.A excepción de las pocas palabras necesarias para manipular a Larry Jack, Sam no abría prácticamente la boca.Al día siguiente del siniestro, se presentaron contra él dos cargos de asesinato en primer grado y la idea de la cámara de gas ocupaba su mente.Se negó a decirle palabra a Ivy y a los demás policías, al igual que al FBI.Evidentemente los periodistas intentaban entrevistarle, pero no iban más allá de Larry Jack.Sam llamó por teléfono a su esposa y le dijo que se quedara en Clanton con las puertas cerradas.Él estaba solo en su celda de bloques de coque y empezó a escribir un diario.Si alguien tenía que descubrir a Rollie Wedge y relacionarle con la explosión, que fuera la policía.Sam Cayhall había hecho un juramento como miembro del Klan y para él aquel voto era sagrado.Nunca jamás delataría a otro miembro del Klan.Tenía el ferviente deseo de que Jeremiah Dogan compartiera su sentimiento respecto al juramento.Dos días después de la explosión, un sombrío abogado con la cabellera arremolinada, llamado T.Louis Brazelton, apareció por primera vez en Greenville.Era miembro secreto del Klan y había adquirido una dudosa reputación en la región de Clanton, defendiendo a toda clase de maleantes.Aspiraba a convertirse en gobernador y aseguraba que bajo su mandato se protegería la conservación de la raza blanca, que el FBI era satánico, que había que proteger a los negros pero no mezclarlos con los blancos, etcétera.Le había mandado Jeremiah Dogan para defender a Sam Cayhall y, sobre todo, para asegurarse de que Cayhall mantuviera la boca cerrada.El FBI aún asediaba a Dogan a causa del Pontiac verde y temía que le acusaran de conspirador.Los conspiradores, le explicó T.Louis a su nuevo cliente sin tapujos, eran tan culpables como los que apretaban el gatillo.Sam le escuchaba, pero hablaba poco.Había oído hablar de Brazelton, pero no confiaba todavía en él.—Escúcheme, Sam —dijo T.Louis, como si hablara con un niño del jardín de párvulos—, sé quién colocó la bomba.Dogan me lo ha contado.Si no me equivoco, ahora somos cuatro los que lo sabemos: yo, usted, Dogan y Wedge.En este momento, Dogan está casi seguro de que nunca encontrarán a Wedge.No ha hablado con él, pero ese chico es muy listo y probablemente a estas alturas ya está en otro país.Sólo quedan usted y Dogan.Francamente, creo que a Dogan le acusarán de un momento a otro.Pero a la policía le resultará muy difícil condenarle, a no ser que logre demostrar que conspiraron todos para destruir el despacho del judío.Y sólo podrá demostrarlo si usted se lo cuenta.—¿De modo que me cargo yo con el mochuelo? —preguntó Sam.—No.Limítese a no hablar de Dogan.Niéguelo todo.Nos inventaremos algo respecto al coche.Déjelo en mi mano.Conseguiré que se traslade el juicio a otro condado, tal vez a las montañas, o a cualquier lugar donde no haya judíos.Me aseguraré de que todos los componentes del jurado sean blancos, y será tan fácil lograr que su veredicto no sea unánime que nos convertiremos en héroes.Deje que yo me ocupe de todo.—¿No cree que me condenarán?—Maldita sea, claro que no.Escúcheme, Sam, le doy mi palabra.Organizaremos un jurado de patriotas, gente como usted, Sam.Todos blancos.Todos preocupados por la perspectiva de que obliguen a sus hijos a ir a la escuela con negritos.Buena gente, Sam.Elegiremos a doce de esas personas, las instalaremos en el palco del jurado y les explicaremos cómo esos malditos judíos han fomentado esa basura de los derechos civiles.Confíe en mí, Sam, será cosa fácil —dijo T.Louis, al tiempo que se inclinaba sobre la desvencijada mesa y le daba a Sam unos golpecitos en el brazo—.Confíe en mí, Sam, no será la primera vez.Aquel mismo día esposaron a Sam y, rodeado de agentes de policía de Greenville, le condujeron a un coche patrulla.Entre la puerta de los calabozos y el coche, le retrató un pequeño ejército de fotógrafos.Otro grupo semejante le esperaba en el juzgado, cuando llegó con su escolta.Apareció ante el juez municipal con su nuevo abogado, el ilustre letrado T.Louis Brazelton, que renunció a la vista preliminar y, con discreción, hizo otro par de trucos legales perfectamente rutinarios.Al cabo de veinte minutos, Sam estaba de nuevo en su celda.T.Louis le prometió que regresaría dentro de unos días, para empezar a elaborar una estrategia.Luego salió a la calle y actuó admirablemente para los periodistas.Tardó un mes entero en remitir el frenesí de la prensa en Greenville.El cinco de mayo de mil novecientos sesenta y siete, Sam Cayhall y Jeremiah Dogan fueron acusados oficialmente de asesinato en primer grado.El fiscal del distrito proclamó a voces que pediría la pena de muerte.Nunca se mencionó el nombre de Rollie Wedge.La policía y el FBI no tenían ni idea de su existencia.T.Louis, en representación ahora de ambos acusados, logró que se aprobara su solicitud de traslado del juicio, que dio comienzo el cuatro de setiembre de mil novecientos sesenta y siete en el condado de Nettles, a trescientos kilómetros de Greenville.Se convirtió en un circo.El Klan se instaló en los jardines frente al juzgado, e hizo ruidosas manifestaciones casi todas las horas.Trajeron a miembros del Klan de otros estados y tenían incluso una lista de conferenciantes.Eligieron a Sam Cayhall y Jeremiah Dogan como símbolos de la supremacía blanca y sus admiradores encapuchados gritaron mil veces sus nombres.Los periodistas observaban y esperaban.Los menos afortunados que no cupieron en la abarrotada sala se protegían del sol bajo los árboles del jardín.Contemplaban a los miembros del Klan y escuchaban sus discursos que, cuanto más les observaban y fotografiaban, más se prolongaban.En la sala todo iba a pedir de boca para Cayhall y Dogan.Brazelton utilizó su magia y llenó el palco del jurado de patriotas, como él prefería llamarlos, para empezar luego a exponer lagunas significativas en el caso de la acusación.Lo más importante era que las pruebas eran circunstanciales; nadie había visto realmente a Sam Cayhall colocar ninguna bomba.T.Louis lo declaró a gritos en su exposición preliminar y causó el efecto deseado.En realidad, Cayhall trabajaba para Dogan, que le había mandado a Greenville para hacer un recado, y por casualidad se encontraba cerca del edificio de Kramer en el momento más inoportuno.T.Louis casi se echó a llorar al recordar a aquellos dos niños encantadores.La mecha hallada en el maletero pertenecía probablemente al anterior propietario del coche, un tal señor Carson Jenkins, contratista de obras de Meridian.El señor Carson Jenkins declaró que en su trabajo utilizaba frecuentemente dinamita y que, evidentemente, debía haber olvidado la mecha en el maletero cuando le vendió el coche a Dogan.El señor Carson Jenkins daba clases de religión los domingos en la iglesia, era un hombrecillo callado, trabajador, modesto y perfectamente creíble.También era miembro del Ku Klux Klan, pero el FBI no lo sabía.T.Louis dirigió impecablemente su declaración.Ni la policía ni el FBI llegaron a descubrir que el coche de Cayhall había estado aparcado en el estacionamiento de camiones de Cleveland.Durante su primera llamada telefónica desde los calabozos, había ordenado a su esposa que cogiera a su hijo, Eddie Cayhall, y fueran inmediatamente a Cleveland en busca del coche.Eso fue un acierto afortunado para la defensa
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