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.Enviaré mensajeros a Hagi.—Estoy de luto por el señor Shigeru -respondió Kaede-.Ahora no es posible contemplar mi matrimonio con ningún otro.Iré a mi casa para intentar superar mi desdicha."¿Quién deseará casarse conmigo, conociendo mi reputación?", se preguntó Kaede; pero, a continuación, pensó: "Takeo no murió".La joven creía que Arai no cedería y, sin embargo, tras unos instantes, éste concedió su aprobación.—Tal vez sea mejor que acudas junto a tu familia.Enviaré a buscarte cuando yo regrese a Inuyama.Entonces, hablaremos sobre tu matrimonio.—¿Convertiréis Inuyama en vuestra capital?—Sí, mi intención es reconstruir el castillo -bajo la luz parpadeante, el rostro de Arai se mostraba resuelto y amenazante.Kaede permaneció en silencio.El guerrero continuó bruscamente-: Volviendo a la Tribu.Yo desconocía su poderosa influencia.Lograron que Takeo renunciase a su matrimonio y a su herencia, y ahora le mantienen totalmente oculto.A decir verdad, no tenía ni idea de con quién estaba tratando -de nuevo, volvió la mirada hacia Shizuka."La matará", pensó Kaede."No se trata sólo de la furia que siente por la desobediencia de Takeo.Arai también se siente profundamente herido en su orgullo.Debe de sospechar que Shizuka le ha espiado durante años".La muchacha se preguntaba qué habría sido del amor y el deseo que había existido entre ambos.¿Cómo podía desaparecer de repente? ¿Es que tantos años de servicio, confianza y lealtad no habían servido de nada?—Me encargaré personalmente de recabar información sobre la Tribu -continuó Arai, como si hablara para sí mismo-.Seguro que hay alguien que sabe de ellos y está dispuesto a hablar.No puedo permitir la existencia de una organización semejante.Minarán mi poder del mismo modo que las termitas logran acabar con la madera.Kaede intervino entonces:—Creo que fuisteis vos quien envió a Shizuka para cuidar de mí.Debo mi vida a su protección.Por otra parte, considero que os fui fiel en el castillo de los Noguchi.Existen fuertes vínculos entre nosotros que no deben romperse.Quienquiera que sea mi esposo, sellará una alianza con vos.Es mi deseo que Shizuka permanezca a mi servicio y que me acompañe a la casa de mis padres.Entonces, Arai miró a Kaede, y de nuevo su mirada se topó con la frialdad de los ojos de ella.—Apenas han pasado 15 meses desde que maté a un hombre por tu causa -recordó Arai-.Eras casi una niña.Has cambiado.—Me he visto obligada a crecer -replicó la joven, esforzándose por no recordar sus ropas prestadas, su absoluta falta de pertenencias."Soy la heredera de un gran dominio", se recordó a sí misma.Luego sostuvo la mirada de Arai hasta que éste, a regañadientes, inclinó la cabeza.—De acuerdo.Dispondré que mis hombres te acompañen hasta Shirakawa.y puedes llevarte contigo a la mujer de los Muto.—Señor Arai -sólo entonces Kaede bajó los ojos e hizo una reverencia.El señor de la guerra llamó a Niwa con el fin de organizar los preparativos para el día siguiente, y Kaede se despidió, dirigiéndose a él con gran respeto.La joven tenía la sensación de que su encuentro con Arai había sido provechoso, por lo que no le importaba simular que era él quien ostentaba todo el poder.Luego regresó a los aposentos de las mujeres, junto a Shizuka, y ambas permanecieron en silencio.La anciana encargada de los huéspedes ya había extendido los colchones.Ayudó a Shizuka a desvestir a Kaede y después trajo para ambas prendas de dormir.A continuación, se despidió hasta el día siguiente y se retiró a la habitación contigua.El rostro de Shizuka estaba pálido y su actitud denotaba una humildad que la joven señora nunca había conocido.Puso la mano sobre el hombro de Kaede, y murmuró:—Gracias.No dijo nada más.Cuando ya las dos yacían bajo las mantas de algodón, mientras los mosquitos zumbaban por encima de sus cabezas y las polillas revoloteaban junto a las lámparas, Kaede notó junto a sí la rigidez del cuerpo de Shizuka, y sabía que ésta se esforzaba por superar su angustia.Sin embargo, no rompió a llorar.Kaede alargó los brazos y estrechó con fuerza a su compañera, sin pronunciar palabra.Compartían el mismo sufrimiento, pero Kaede tampoco derramó ni una sola lágrima.No permitiría que nada debilitase el poder que estaba cobrando vida en su interior.2A la mañana siguiente ya estaban preparados los palanquines y la escolta que acompañaría a las mujeres.Iniciaron la marcha justo a la salida del sol.Recordando el consejo de su pariente, la señora Maruyama, Kaede se introdujo en el palanquín con suma delicadeza, como si por su condición de mujer fuera frágil y desvalida.Sin embargo, ordenó a los sirvientes que trajeran de los establos el caballo de Takeo y, una vez en la carretera, no dudó en abrir las cortinas de papel encerado para observar el exterior.A pesar de poder contemplar el paisaje, Kaede pronto se sintió mareada.El vaivén del palanquín le resultaba insoportable y al llegar a Yamagata, el primer alto en el camino, se sentía tan aturdida que apenas si acertaba a caminar.No podía resistir ver la comida y, al beber unos sorbos de té, vomitó de inmediato.Tal debilidad física enfurecía a Kaede, pues tenía la impresión de que minaba su recién descubierta sensación de poder.Shizuka la condujo hasta una pequeña estancia de la posada, le lavó la cara con agua fría e hizo que se tumbara durante un rato.El mareo desapareció tan rápido como había llegado, y Kaede consiguió ingerir un poco de sopa de judías rojas y beber un cuenco de té.No obstante, al ver de nuevo el palanquín de color negro, la muchacha volvió a sentir náuseas.—Traedme el caballo -ordenó Kaede-.Quiero cabalgar.Un criado la ayudó a montar a lomos de Raku, y Shizuka la siguió, galopando con suma pericia.De esta forma, ambas viajaron durante el resto de la mañana sin apenas pronunciar palabra, cada una sumida en sus propios pensamientos; pero encontraban consuelo sintiéndose cerca una de la otra.Una vez que abandonaron Yamagata, la carretera se hizo más empinada.En algunos tramos había escalones formados por enormes piedras planas.Ya se apreciaban señales de la llegada del otoño, aunque el cielo estaba despejado y el aire era aún cálido.Las hojas de las hayas, los zumaques y los arces empezaban a adquirir tonos dorados y púrpuras; bandadas de gansos salvajes volaban a gran distancia por encima de la comitiva; los bosques eran cada vez más compactos, y entre la vegetación no corría una brizna de aire.El caballo avanzaba despacio y, con la cabeza gacha, ascendía poco a poco los peldaños de piedra.Los hombres, inquietos, se mostraban alerta.Desde que Iida y el clan Tohan fueran derrotados, la campiña estaba atestada de soldados sin amo que, reticentes a jurar nuevas alianzas, habían optado por convertirse en bandoleros
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