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.De manera que dijo con la timidez de costumbre:—Oh, puedes hablar cuanto quieras.No me molesta.—Oh, me alegro tanto.Sé que usted y yo nos vamos a llevar bien.Es un alivio tan grande hablar cuando se quiere y que no le digan a una que a los niños debe vérseles y no oírseles.Me lo han dicho un millón de veces.Y la gente se ríe porque uso palabras largas.Pero si se tienen grandes ideas, deben usarse palabras largas para expresarlas, ¿no es así?—Bueno, parece razonable.—La señora Spencer dijo que debo tener la lengua sujeta por el medio.Pero no es así: sujeta por un extremo.La señora Spencer dijo que su finca se llama «Tejas Verdes».Le hice preguntas sobre ella.Y dijo que hay árboles rodeándola.Eso me puso más contenta aún.Me encantan los árboles.Y no había ninguno en el asilo, nada más que unos palos enclenques y miserables, de los cuales colgaban unas jaulas blanqueadas con cal.Esos árboles parecían huérfanos también.Yo acostumbraba decirles: «¡Oh, pobrecillos! Si estuvierais en los grandes bosques con otros árboles en derredor, con alces y ardillas y el arroyo no muy lejos, con pájaros cantando en vuestras ramas, podríais crecer, ¿no es cierto? Pero no lo podéis hacer donde estáis.Sé exactamente lo que sentís, arbolitos».Lamenté dejarlos esta mañana.Uno se siente tan unido a cosas así, ¿no es cierto? ¿Hay algún arroyo cerca de «Tejas Verdes»? Olvidé preguntárselo a la señora Spencer.—Bueno, sí.Hay uno al lado de la casa.—¡Qué bien! Siempre ha sido uno de mis sueños vivir cerca de un arroyo.Nunca esperé que así ocurriera, sin embargo.Los sueños no se hacen siempre realidad, ¿no es cierto? ¿No sería hermoso que así fuera? Pero ahora me siento bastante cerca de la felicidad porque…, bueno, ¿qué color diría usted que es esto?Echó una de sus satinadas trenzas sobre su delgado hombro y la sostuvo frente a los ojos de Matthew.Éste no estaba acostumbrado a decidir sobre el color de los cabellos femeninos, pero sobre éstos no cabían muchas dudas.—Es rojo, ¿no es cierto? —dijo.La muchacha dejó caer la trenza con un suspiro que pareció arrancar de lo más profundo de su alma y que expresaba toda la tristeza del mundo.—Sí, es rojo —dijo resignadamente—.Ahora puede ver usted por qué no puedo ser totalmente feliz.Nadie que tenga cabellos rojos puede serlo.Las otras cosas no me importan tanto, las pecas, los ojos verdes y la delgadez.Puedo imaginar que no las tengo.Puedo imaginar que poseo una hermosa piel rosada y unos hermosos ojos violetas.Pero no puedo imaginar que no tengo cabellos rojos.Hago cuanto puedo.Pienso: «Ahora mi cabello es negro glorioso; negro como el ala del cuervo».Pero todo el tiempo sé que es rojo y eso me parte el corazón.Será una pena toda la vida.Una vez leí en una novela que una muchacha tenía una pena de toda la vida, pero no era pelirroja.Su cabello era oro puro que caía de sus sienes de alabastro.¿Qué es una sien de alabastro? Nunca he podido averiguarlo.¿Puede decírmelo?—Bueno, temo que no —dijo Matthew, que se estaba mareando un poco.Se sentía igual que cuando en su temeraria juventud, otro muchacho le había inducido a subir al tiovivo un día que habían ido de merienda.—Bueno, no importa lo que fuera, debe de ser algo muy bonito, pues ella era divinamente hermosa.¿Ha imaginado usted alguna vez lo que debe ser sentirse divinamente hermosa?—Bueno, no, no lo he hecho —confesó ingenuamente Matthew.—Yo sí, a menudo.¿Qué le gustaría ser si le dejaran elegir: divinamente hermoso, deslumbradoramente inteligente o angelicalmente bueno?—Bueno, no lo sé con exactitud.—Yo tampoco.Nunca puedo decidirme.Pero no tiene mucha importancia, pues no hay posibilidad de que nunca sea ninguna de esas cosas.Seguro que nunca seré angelicalmente buena.La señora Spencer dice… ¡Oh, señor Cuthbert! ¡Oh, señor Cuthbert! ¡Oh, señor Cuthbert!Eso no era lo que había dicho la señora Spencer; ni que la chiquilla se hubiera caído del coche, ni tampoco que Matthew hubiera hecho algo sorprendente.Simplemente habían pasado una curva del camino y se encontraban en la «Avenida».Lo que la gente de Newbridge llamaba la «Avenida» era un trozo de camino de cuatrocientos o quinientos metros de longitud, completamente cubierto por las copas de altos manzanos, plantados años atrás por un viejo granjero excéntrico.Encima había un largo dosel de capullos blancos y fragantes.Bajo las copas, el aire reflejaba la púrpura luz del atardecer y, a lo lejos, la visión del cielo crepuscular brillaba como la ventana de la torre de una catedral.Su belleza pareció enmudecer a la niña.Se repantigó en el carricoche, con las delgadas manos apretadas y la cara embelesada ante el esplendor celeste.Ni siquiera después de haberla recorrido por entero, cuando bajaban la larga cuesta que va a New-bridge, se movió ni habló.Todavía con la cara extasiada miraba el crepúsculo lejano, con ojos que contemplaban visiones cruzando sobre aquel brillante fondo.Todavía en silencio cruzaron Newbridge, una ruidosa aldea, donde los perros les ladraron, los muchachos les miraron y caras curiosas les contemplaron desde las ventanas.Ya habían recorrido unos cinco kilómetros y la niña no hablaba.Era evidente que podía quedarse callada con tanta energía como cuando hablaba.—Sospecho que debes sentirte bastante cansada y hambrienta —se aventuró a decir por fin Matthew, achacando el largo silencio a la única razón que se le ocurría—.Pero no tenemos que ir muy lejos; otro kilómetro nada más.Ella volvió de su sueño con un profundo suspiro y le miró con los ojos soñolientos de un alma que ha vagado por la lejanía, guiada por una estrella.—Oh, señor Cuthbert —murmuró—, ese lugar que atravesamos; ese lugar blanco, ¿qué era?—Bueno, supongo que hablas de la «Avenida» —dijo Matthew después de una profunda reflexión—.Es un sitio muy bonito.—¿Bonito? Oh, bonito no me parece la palabra más adecuada.Ni tampoco hermoso.No es suficiente.¡Oh, era maravilloso, maravilloso! Es la primera vez que veo algo que no puede ser mejorado por mi imaginación.Me ha satisfecho aquí —y puso la mano sobre su pecho—, me hizo sentir dolor y sin embargo era placentero.¿Tuvo usted alguna vez un dolor así, señor Cuthbert?—Bueno, no recuerdo haberlo tenido.—Yo lo tengo muchas veces, cada vez que veo algo realmente hermoso.Pero no debían llamar la «Avenida» a ese hermoso paraje.No hay significado en un nombre así.Debían llamarlo… Veamos… «El Blanco Camino Encantado».¿No es ése un nombre imaginativo? Cuando no me gusta el nombre de un lugar o de una persona, siempre les imagino uno nuevo y siempre me refiero a ellos así.En el asilo había una niña cuyo nombre era Hepzibah Jenkins, pero yo siempre me la imaginaba como Rosalía De Veré.Otros pueden llamar la «Avenida» a ese lugar, pero yo siempre le diré «El Blanco Camino Encantado».¿Es verdad que debemos hacer otro kilómetro antes de llegar a casa? Estoy contenta y triste.Estoy triste porque el paseo ha sido agradable y siempre me pongo triste cuando finalizan las cosas agradables.Puede ser que después venga algo aún más agradable, pero uno nunca puede estar seguro
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