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.Saqué la insignia del bolsillo superior de la camisa y se la enseñé.—Hemos encontrado varias como ésta, debería pedirle que me la entregase para adjuntarla con todos los objetos que hemos ido sacando, pero puede guardársela, al fin y al cabo a nadie le importa ya… —añadió con un toque de tristeza en la voz que me llamó la atención.—¿Sabe quiénes eran y por qué están enterrados ahí? —insistí—, porque supongo que su presencia da la razón a los comentarios de la gente.—¿Y qué dice la gente?—Que son soldados españoles muertos hace casi cien años.—La gente de por aquí está bien informada, por lo que me dice.Mire, ahora no puedo entretenerme hablando con usted porque tenemos que acabar con esto cuanto antes.Calculo que esta tarde estará todo arreglado y podré dedicarle unos minutos.Si está aquí bien, y si no tendré que volver a Melilla.Usted verá.—No se preocupe, procuraré estar aquí.Hasta luego, y discúlpeme por el tiempo que le he robado —contesté.Me quedé un rato mirando a distancia cómo trabajaban.El aire caliente me quemaba la garganta y cuando me cansé de aguantar bajo aquel sol abrasador emprendí el camino de vuelta.Cuando regresé al hotel ya tenía decidido qué hacer el resto del día: preparar las maletas, pagar la cuenta y reservar habitación en un hotel de Melilla para esa misma noche.Calculaba que después de hablar con la capitana aún tendría tiempo de coger el autobús y llegar a la Ciudad Autónoma aquella misma tarde.No tuve problemas para reservar habitación en el Parador Nacional; después de aquel viajecito, lo que me pedía el cuerpo eran comodidades.Mientras metía las pocas pertenencias con las que viajaba en la mochila, eché un nuevo vistazo a la botella.Tenía decidido guardarla en mi vitrina de recuerdos, tal y como la había encontrado, así mantendría el encanto de un enigma.Al terminar comí un buen plato de cordero con ensalada en el pequeño comedor del hotel.Esperé un rato que consideré razonable, matando el tiempo delante de la televisión, aburrido y ansioso a la vez, fumando un cigarrillo tras otro en la salita del hotel, con el equipaje a mi lado.Cuando calculé que había llegado el momento, cargué los bártulos y soportando todo el calor me dirigí, antes de la hora convenida —convenida, por cierto, con mucha ambigüedad—, a la zanja donde suponía que aún estarían trabajando.Prefería pasar el tiempo por allí cerca a esperar demasiado y que ya se hubiesen ido.Al llegar ya no vi a nadie trabajando en el interior de la fosa, habían sacado los restos y pude contar cuatro cajas pequeñas, parecidas a arcones.Supuse que deberían de contener los huesos encontrados, no sé por qué esperaba que tuviesen la forma y las dimensiones de un ataúd.Me acerqué a la cinta que delimitaba la zona de trabajo vedada a los curiosos y procuré dejarme ver.La capitana Claudia Navarro advirtió mi presencia, hizo un gesto con la cabeza y dio algunas instrucciones más a un par de soldados.Yo no había hecho la mili, así que no sabía si eran soldados rasos, cabos, sargentos…Me quedé allí, tieso como un granadero, aguantando aquel sol de plomo que me pesaba sobre los hombros durante media hora.Cuando ya empezaba a pensar que se había olvidado de mí y que todo había terminado, la capitana se acercó y me dijo:—Veo que ha sido muy puntual, debe de haberse tragado su buena ración de sol, se merece que por lo menos le cuente algo.El trabajo ya está terminado y ahora podemos fumarnos un cigarrillo.Sacó del bolsillo un paquete de Camel y me ofreció uno.Lo acepté.Siempre me ha gustado fumar mientras escucho una historia interesante.La historiaPude ver claramente en el rostro de aquella mujer el alivio que le había supuesto poner fin a aquella tarea, pero atisbé también una dosis de tristeza.Se me da bastante bien identificar los sentimientos en una cara, esta empatía es fundamental en un médico, no sé si lo he adquirido con el ejercicio de la profesión, o he nacido con ese don, pero lo cierto es que atino bastante, y en aquel momento pensé que debía ser cauteloso si quería que me contase todo lo que sabía.—Tengo poco tiempo, pero como veo que se ha tomado la molestia de venir con este calor y esperar todo este rato le dedicaré unos momentos.¿Ha oído hablar del Desastre de Annual?—Lo que dimos en la escuela y algo que he leído, muy poca cosa.Sé que a principios del siglo XX sufrimos un descalabro militar en el norte de Marruecos, cuando teníamos aquí posesiones.—Ya… «Posesiones», bueno, no exactamente, esto era un Protectorado, pero no voy a darle una clase magistral sobre geopolítica.¿Y de Monte Arruit?—Eso sí que no me suena de nada, lo siento.—Desistí de preguntar la diferencia entre Protectorado y Posesiones, no era el momento de matizaciones sutiles.—No se preocupe, cada vez le suena a menos gente y dentro de poco no le sonará a casi nadie.Imanol Arias rodó un documental titulado Rif, una historia olvidada: trata del episodio, pero sin extenderse demasiado.—Tampoco lo he visto.Tendrá que tener paciencia conmigo.—Vamos al asunto, la faena se está acabando aquí.En verano de 1921 todas las posiciones españolas al oeste de Melilla se fundieron en tres días y la Comandancia Militar de Melilla quedó reducida a los límites de la ciudad.Fue un desastre logístico y humano impresionante, más de diez mil muertos en menos de una semana.Una desbandada de soldados procedentes de diversas posiciones, totalmente desorganizada y con la estructura del mando rota se refugió aquí, en Monte Arruit.Entonces había un fuerte del que ya no se conserva nada y los tres mil soldados quedaron sitiados.Los pobres desgraciados no tenían agua, el punto de aprovisionamiento estaba fuera, a quinientos metros del fuerte.El general Navarro se negó a abandonar a los heridos para intentar llegar hasta Melilla con el resto de la tropa y decidió permanecer aquí confiando en un rescate, sólo hay unos treinta kilómetros hasta allí y esperaba que acudieran en su ayuda, pero esa ayuda no llegó.«Intentaron aprovisionar de agua a los hombres del fuerte echándoles barras de hielo desde aviones, pero era una tarea imposible.Aguantaron lo que pudieron y se rindieron cuando recibieron la orden (o el permiso) de hacerlo.Cuando salieron del fuerte, iban dejando las armas, inutilizadas, a un lado y ellos se alineaban en el otro.Entonces, cuando estaban desarmados, se echaron sobre ellos y los mataron a todos.—¿A todos?, ¿a los tres mil? ¡Qué salvajada!—Meses después se reconquistó la posición y se encontraron los cadáveres sin enterrar, el espectáculo fue dantesco.Algunos estaban desmembrados, otros clavados en el suelo con estacas, con los genitales arrancados, cabezas machacadas… Se cavó una gran fosa común en forma de cruz, «La Cruz de Monte Arruit», tan grande que se podía ver desde el aire, impresionaba, en tierra no podías darte cuenta de la forma que tenía.En 1949, a punto de ceder el territorio a Marruecos, abrimos las fosas y exhumamos a los muertos.Por lo visto, quedaron algunos, estos que ahora nos llevamos, «los últimos de Monte Arruit», si me permite la expresión un tanto novelesca.—¿Y cómo saben que son ellos?—Tenemos perfectamente ubicada la posición del fuerte y de la fosa, aunque ahora no quede nada, y no ha habido problema.Ya tiene lo que quería saber, así que ahora si me disculpa tengo que llevarlos a Melilla [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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