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.Tú puedes venir conmigo si quieres —añadió—, pero no tienes por qué hacerlo.—¡Pero si se está caliente y tenemos toda esa comida!—Ya te he dicho que no puedo explicarlo.Pero tengo la sensación de que., en fin, de que nos están observando.Grimma alzó involuntariamente la vista al techo, unos centímetros por encima de sus cabezas.En el lugar de donde procedían, la presencia de algo acechándolos significaba que ese algo estaba pensando comérselos.De inmediato, recordó dónde estaba y soltó una risilla nerviosa.—No seas tonto —murmuró.—Es que no me siento seguro —replicó Masklin, abatido.—¿No será, más bien, que no te sientes apreciado? —dijo Grimma con suavidad.—¿Qué?—Vamos, vamos.¿No tengo razón? Tú te pasas todo el tiempo cazando y luchando por los demás y ahora ya no es necesario que sigas haciéndolo.¿No te produce una sensación rara?Tras esto, Grimma se alejó.Masklin permaneció donde estaba, acariciando la cuerda que sujetaba la punta de su lanza.Era extraño, se dijo.Nunca había imaginado que nadie más viera las cosas de aquella manera.Sólo tenía unos contados y vagos recuerdos de Grimma en la guarida, dedicada siempre a hacer la colada, a organizar las actividades de las ancianas o a intentar cocinar las piezas de caza que él conseguía arrastrar hasta el refugio.Era muy extraño.Le sorprendía haber pasado por alto una cosa así.Advirtió que los demás se habían detenido.El subterráneo se extendía ante ellos, débilmente iluminado por pequeñas lámparas sujetas a la madera aquí y allá.Angalo comentó que Ferretería cobraba un alto precio por las luces y no permitía que nadie más accediera al secreto del control del sistema eléctrico.Ésta era una de las cosas que hacían tan poderosos a los de Ferretería.—Estamos en los límites del territorio actual de Mercería —explicó el gnomo—.Más allá está el país de Sombrerería.En este momento, nuestras relaciones con ellos son un poco frías.Bien, seguro que encontraréis algún departamento que os acoja.—murmuró Angalo, volviéndose hacia Grimma.—Bien.Vamos a seguir todos juntos —dijo la abuela Morkie.Miró a Masklin con aire severo, le dio la espalda e hizo un gesto imperioso con la mano.—Vete, muchacho —ordenó a Angalo—.Y tú, Masklin, ponte erguido y ahora, adelante.—¿Quién eres tú para ordenar eso? —protestó Torrit—.Yo soy el jefe, sí, señor.Yo doy las órdenes.Es mi trabajo.—Está bien —replicó la abuela Morkie—.Dalas, pues.Torrit abrió la boca pero no salió de ella sonido alguno.Por fin, consiguió balbucear:—De acuerdo.¡Adelante!Esta vez fue Masklin quien abrió la boca.—¿Hacia dónde? —preguntó, mientras la anciana incitaba al grupo a continuar la marcha por el pasadizo apenas iluminado.—Ya encontraremos dónde.Yo he sobrevivido al Gran Invierno de 1986, ¿recuerdas? —contestó la abuela Morkie con aire desdeñoso—.¡Qué descaro el de ese estúpido duque! ¡He estado apunto de replicarle con malos modos! Te aseguro, Masklin, que no habría durado mucho en ese Gran Invierno.—Mientras obedezcamos a la Cosa, nada malo nos sucederá —intervino Torrit, acariciando el dado con gran cuidado.Masklin se detuvo.Ya tenía más que suficiente.—¿Qué dice la Cosa, entonces? —preguntó con acritud—.¿Qué dice, exactamente? ¿Qué ha de comunicarnos, en un momento como éste? ¡Vamos, cuéntame qué dice que debemos hacer ahora!Torrit parecía algo nervioso.—Mmm.Bueno, hum, la Cosa dice claramente que si todos nos mantenemos juntos y conservamos la debida.—¡Lo estás inventando mientras hablas!—¡Cómo te atreves a decirle tal cosa a.! —inició una protesta Grimma.Masklin arrojó al suelo la lanza.—¡Bien, ya estoy harto! —masculló—.¡La Cosa dice esto, la Cosa dice aquello, la Cosa habla de todo lo que se le ocurre, pero no nos dice nada que pueda ser de utilidad!—La Cosa ha sido transmitida de un gnomo a otro desde hace siglos —explicó Grimma—.Es muy importante.—¿Por qué?Grimma miró a Torrit, que se humedeció los labios con la lengua.—Porque nos muestra.—empezó a decir, muy pálido.Llévame más cerca de la electricidad.—La cosa parece tener más importancia que.¿Por qué habéis puesto todos esas caras? —preguntó Masklin.Más cerca de la electricidad.Torrit, con manos temblorosas, contempló la Cosa.En lo que hasta entonces habían sido unas superficies lisas y negras, bailaban ahora unas lucecitas.Cientos de ellas.«En realidad —pensó Masklin sintiendo un cierto orgullo de saber qué significaba la palabra—, debe de haber miles de ellas.»—¿Quién ha dicho eso? —preguntó.La Cosa cayó de los brazos de Torrit y chocó contra el suelo, donde sus lucecitas brillaron como un millar de autopistas por la noche.Los gnomos contemplaron la escena con pavor.—Entonces, es cierto que la Cosa te habla.—murmuró Masklin.Torrit agitó las manos frenéticamente y exclamó:—¡Así, no! ¡Así, no! ¡Se supone que no tiene que hablar en voz alta! ¡Jamás lo había hecho hasta hoy!¡Más cerca de la electricidad!—Quiere la electricidad —dijo Masklin.—¡Pues yo no pienso tocarla!Masklin se encogió de hombros y, empleando la lanza con cautela, empujó la Cosa por el suelo hasta situarla bajo los cables.—¿Cómo hace para hablar, si no tiene boca.? —musitó Grimma.La Cosa emitió un chirrido.Unas formas de colores parpadearon en sus caras tan deprisa que los ojos de Masklin no pudieron seguirlas.La mayoría de ellas eran rojizas.Torrit se postró de rodillas, murmurando:—¡Está enfadada! ¡No deberíamos haber comido carne de rata, no deberíamos haber venido aquí, no deberíamos.!Masklin también se arrodilló.Tocó las caras luminosas del cubo, con cuidado al principio, y comprobó que no estaban calientes.Volvió a acometerlo la extraña sensación de que su mente quería expresar ciertas ideas pero no encontraba las palabras adecuadas.—Cuando la Cosa te ha dicho cosas en otras ocasiones.—comentó Masklin a Torrit con voz calmada—, ya sabes, sobre cómo llevar una vida decente y.Torrit le dirigió una mirada angustiosa.—Nunca lo ha hecho —confesó.—Pero siempre has dicho.—Antes, lo hacía.Antes.Cuando el viejo Voozel me la confió, me dijo que antes la Cosa hablaba, pero que había dejado de hacerlo hacía muchos siglos.—¿Cómo? —exclamó la abuela Morkie—.¿Y todos estos años, querido Torrit, has estado contándonos que la Cosa decía tal cosa, tal otra y quién sabe qué más.?Torrit tenía ahora la expresión de un animal acorralado y muy asustado.—¿Y bien? —insistió la abuela en tono amenazador.—Ejem.—respondió el jefe Torrit—.Hum.Lo que me dijo el viejo Voozel fue que pensara qué aconsejaría la Cosa, y lo dijera en su nombre.Normas para mantener a la gente en el buen camino y ese tipo de cosas.Ayudar a todos a subir a los Cielos.Es muy importante, pero que muy importante, esto de subir a los Cielos.La Cosa puede ayudarnos a llegar a ellos, me dijo Voozel.Es su función primordial.—¿Cómo.? —estalló la abuela.—Esto es lo que Voozel me dijo que hiciera.Y ha resultado, ¿no es cierto?Masklin no les prestó atención.Las líneas de colores se movían en las superficies de la Cosa formando dibujos hipnotizadores.Tenía que descubrir su significado, se dijo.Estaba seguro de que tenían algún sentido
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