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.Si no tuviera usted esa vieja ovejita, vería alguna lógica en su posición.Por supuesto, si yo poseyera dos animales y usted ninguno, le impediría fundirse verdaderamente con Mercer.Pero todas las familias de este edificio… Veamos, unas cincuenta.Una por cada tres apartamentos, calculo.Todos nosotros tenemos un animal de alguna clase.Graveson tiene esa gallina —señaló hacia el norte—.Oakes y su esposa son dueños de ese gran perro colorado que ladra por las noches —meditó—.Creo que Ed Smith tiene un gato en su apartamento; por lo menos eso dice, aunque nadie lo ha visto nunca.Quizá sea mentira.Rick se inclinó sobre su oveja, buscando algo entre la gruesa lana blanca (al menos los vellones eran auténticos), hasta que lo encontró: el panel de control oculto.Mientras Barbour miraba, abrió el panel.—¿Ve? —le dijo a Barbour—.¿Comprende ahora por qué quiero su potrillo?Después de una pausa, Barbour respondió:—Lo siento mucho.¿Siempre ha sido así?—No —respondió Rick, cerrando nuevamente el panel de su oveja eléctrica—.Originalmente era una oveja verdadera.—Se enderezó, se volvió y enfrentó a su vecino—.El padre de mi mujer nos la regaló cuando emigró.Pero hace un año la llevé al veterinario.¿Recuerda? Usted estaba aquí esa mañana que subí y la encontré echada.No se podía tener de pie.—Usted la levantó —repuso Barbour, asintiendo—.Sí, consiguió levantarla; pero después de andar uno o dos minutos volvió a caer.—Las ovejas tienen enfermedades extrañas —dijo Rick—.O mejor dicho, las ovejas tienen una cantidad de enfermedades, pero los síntomas son siempre los mismos.El animal no se puede poner en pie y no se sabe si es sólo una torcedura, o si se va a morir de tétanos.De eso murió la mía.—¿Aquí? —preguntó Barbour—.¿En la azotea?—El heno —explicó Rick—.Esa vez no arranqué todo el alambre del fardo.Dejé un trozo y Groucho (ése era su nombre) sufrió un rasguño y contrajo el tétanos.La llevé al veterinario, y allí murió; y yo reflexioné y por fin fui a una de esas tiendas que fabrican animales artificiales y les mostré una foto de Groucho.Y aquí está su obra —señaló al sucedáneo, que continuaba rumiando y aguardando, alerta, algún indicio de avena—.Es un trabajo excelente.Y le dedico tanto tiempo y atención como a la verdadera.Pero… —Se encogió de hombros.—No es lo mismo —concluyó Barbour.—Es casi lo mismo.Uno se siente igual.Hay que ocuparse del animal exactamente como si fuera de verdad.Además, se descompone; y todo el mundo sabe, en la casa, que lo he llevado seis veces al taller de reparación.Pequeños inconvenientes, pero si alguien los advierte… Por ejemplo, una vez la cinta de la voz se rompió o se atascó y balaba sin cesar… Cualquiera comprende que se trata de un desperfecto mecánico.Naturalmente, en el camión del taller pone «Hospital de Animales Algo» —agregó—.Y el conductor viste de blanco, como un veterinario… —miró de pronto su reloj—.Debo ir a trabajar.Lo veré esta noche.Mientras se dirigía a su vehículo, Barbour lo llamó.—No le diré nada a nadie de la casa.Rick se detuvo y empezó a darle las gracias.Pero un remanente de esa desesperación a la que Iran se había referido le golpeó en el hombro y respondió:—No sé.Quizá no haya ninguna diferencia.—Pero le tendrán en menos.No todos; algunos.Usted sabe cómo piensa la gente de quien no cuida un animal; consideran que eso es inmoral y antiempático.Quiero decir, técnicamente.No es un crimen, como después de la G.M.T.Pero el sentimiento perdura.—Por Dios —dijo Rick, gesticulando vanamente con las manos vacías—.Querría tener un animal; estoy tratando de comprar uno.Pero con mi salario, con lo que gana un funcionario municipal… —Y pensó: «Si tan sólo volviera a tener suerte en mi trabajo, como hace dos años, cuando capturé cuatro andrillos en un mes… Si en ese momento hubiera sabido que Groucho iba a morir…».Pero eso había sido antes del tétanos, antes de ese trozo de alambre puntiagudo de cinco centímetros en el fardo de heno.—Podría comprar un gato —sugirió Barbour—.Los gatos no son caros.Consulte su catálogo de Sidney.Rick respondió tranquilamente:—No quiero un animal doméstico.Quiero lo que tenía al comienzo, un animal grande.Una oveja, y si tengo dinero una vaca, un buey, o como usted, un caballo.«Con la bonificación correspondiente al retiro de cinco andrillos alcanzaría —pensó—.Mil dólares por cabeza, aparte del salario.Así podría encontrar en alguna parte lo que deseo.Incluso si la mención del Animales y Aves de Sidney estuviera en bastardilla.Cinco mil dólares.Pero antes, los cinco andrillos deberían llegar a la Tierra desde alguno de los planetas-colonia.No puedo controlar eso, no puedo hacer que los cinco vengan.Y aun si pudiera, hay otros cazadores de bonificaciones pertenecientes a otras agencias policiales de todo el mundo.Los andrillos deberían establecerse específicamente en California del Norte, y el decano de los cazadores de bonificaciones de zona, Dave Holden, debería morir o retirarse…»—Compre un grillo —propuso ingeniosamente Barbour—.O una rata.Por veinticinco dólares puede comprar una rata adulta.Rick respondió:—Su yegua podría morir sin aviso previo, como Groucho.Cuando vuelva a su casa del trabajo, esta noche, podría encontrarla echada con las patas al aire, como un bicho.Como lo que usted ha dicho: un grillo.—Se alejó con la llave de su vehículo en la mano.—No pretendía ofenderlo —dijo nerviosamente Barbour.En silencio, Rick Deckard abrió la puerta de su coche aéreo.No tenía nada más que decir a su vecino.Su mente estaba fija en su trabajo, en el día que le aguardaba.CAPÍTULO IIEn un ruinoso edificio, vacío y gigantesco, que en su día había alojado a miles de personas, un solitario aparato de televisión pregonaba sus mercancías en un salón deshabitado.Esa ruina sin dueño había sido bien cuidada y mantenida antes de la Guerra Mundial Terminal.Allí estaban antes los suburbios de San Francisco, a muy poco tiempo por el monorraíl rápido.Toda la península parloteaba como un árbol lleno de pájaros, de vida, de quejas y opiniones; pero los cuidadosos propietarios habían muerto ya o emigrado a un mundo colonia.Especialmente lo primero.Había sido una guerra costosa, a pesar de las valientes predicciones del Pentágono y de su presumida criada científica, la Rand Corporation, que en efecto había tenido su sede cerca de ese lugar.Como los propietarios de los edificios, la corporación se había marchado, evidentemente para siempre.Nadie extrañaba su ausencia.Además, nadie recordaba hoy por qué había estallado la guerra, ni quién —si alguien— había ganado.El polvo que había contaminado la mayor parte de la superficie del planeta no se había originado en ningún país particular, y nadie lo había previsto, ni siquiera el enemigo durante la guerra.Primero habían muerto —era extraño— los búhos.Eso había parecido entonces casi divertido: esas aves gruesas, plumosas, blancas, caídas en los parques y las calles… Como no aparecían antes del crepúsculo, y así había ocurrido cuando vivían, los búhos pasaron inadvertidos.Del mismo modo se manifestaron las plagas medievales.Muchas ratas muertas.Sin embargo, esa plaga había descendido desde lo alto.Y después de los búhos, por supuesto, todas las demás aves; pero para entonces el misterio ya había sido comprendido.Antes de la guerra había un pequeño programa de colonización; ahora que el sol había dejado de brillar sobre la Tierra, la colonización entraba en una nueva fase.Y en relación con ella, un arma de guerra se modificó: el Luchador Sintético por la Libertad [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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